Banquete romano
“Sean graciosos y mordaces, cuando
quieran, en los banquetes, a veces hasta elocuentes después de beber; pero una
es la esencia del foro y otra la del triclinio; uno el comportamiento ante el
tribunal y otro la mesa del banquete; no importe igual la presencia de unos
jueces que la de unos juerguistas: en fin, es muy diferente la luz del sol que
la de las lámparas”
Cicerón , en el discurso de defensa de Celio.”
El
origen de los banquetes es anterior a su propio nombre, ya que desde muy
temprano en la historia de la humanidad, la noción de comer en grupo ha
constituido un rito importante.
El
banquete es la acción de reunirse un
grupo de personas para comer juntas, signo y al propio tiempo causa de unidad
entre ellas. Esta razón psicológica, unida a la obvia importancia de la comida
para la conservación de la vida, justifica que el banquete ritual se registre
en numerosas culturas. Banquetes ofrendados a los dioses, ofrendados a uno mismo, o el banquete funerario, dependiente de las ideas sobre la necesidad de una manutención de ultratumba para los difuntos; finalmente, se han sellado tradicionalmente con banquetes los pactos, alianzas y convenios, las reconciliaciones entre enemigos, etc. Por otra parte, en el mundo actual de los negocios, es muy común la realización de banquetes para cerrar acuerdos.
Muchos
de nosotros hemos celebrado banquetes o nos han invitado a alguno para
conmemorar un hecho especial. Ahora bien, gran parte de las personas ignoran el
origen del banquete aunque lo celebren a menudo. El banquete siempre ha estado
presente en las gráficas de todas las culturas importantes: egipcios, sumerios,
griegos, romanos, mayas, etc.
Los
banquetes, columna vertebral de toda celebración romana, fueron en su momento
motivo de cuidado y preocupación hasta en los menores detalles. Estos se
llevaron a cabo básicamente con el fin de demostrar poder y riqueza. De hecho,
el lujo y la buena comida y bebida estuvieron a disposición de las
mesas.
En los primeros tiempos de Roma, el banquete era un espacio ritual en el que los
dioses y los humanos compartían un vínculo, que partía del hecho de que todo
alimento procedía de los dioses.
Para
entender mejor esta costumbre romana, debemos retroceder a sus orígenes. La
tradición romana no era, inicialmente, la de realizar estos banquetes con el
único fin de ostentar. Los hacían originalmente por dos motivos muy distintos: realizaban
grandes cenas nocturnas como un momento sagrado para rendirle culto a los
dioses y agradecerles los favores y, ocasionalmente, para que el páter familias o
Señor de la casa, reafirme su autoridad en el hogar. En las bodas, cumpleaños o
nacimientos, sin embargo, el alarde y la elegancia eran mayores en estas cenas.
Aunque esta costumbre se realizaba por todos los romanos, sólo los más ricos
podían hacer que sus celebraciones sean dignas de mención entre sus invitados.
Los grandes
banquetes eran como la carta de presentación del señor de la casa, de manera
que mientras más grande y lujoso era, demostraban mejor su riqueza y su poder. Se
considera los banquetes instrumentos de poder, pero también medios de auto
representación de la propia aristocracia, de ahí los intentos de agasajar a los
invitados no sólo con la comida sino también por medio de los espectáculos.
Los
romanos fueron los más grandes
anfitriones, sobresalieron en este campo: Lúculo, Apicio y Petronio. Entre los
ricos se usaban vajillas finísimas de oro y plata, copas con piedras preciosas
incrustadas, utilizaban tres tipos de cucharas, usaban dos tipos de platos. Pese
a que se utilizaban cubiertos y vajilla, no era un signo de mala
educación coger la comida con las manos; de hecho, las buenas maneras
aconsejaban comer con la punta de los dedos, procurando no ensuciarse mucho las
manos y menos la cara.
Hacían
cinco comidas al día: prandium o desayuno, ientacullum o almuerzo, coena o
comida, vesperna o cena ligera y comissatio o banquete con los amigos.
En
Roma es donde se estructura, por primera vez, una cocina con cierta
universalidad de productos. Con el refinamiento y régimen de comidas en ella
existentes, la gastronomía se convierte en factor de civilización. Aparece el
mantel, aumenta el uso de piezas de vajilla y cubertería en la mesa.
Un
banquete solía comenzar al término de la hora octava en invierno y de la nona
en verano. La duración de dicho evento variaba según fuera una cena sencilla o
un gran festín,
Marcus Apicius, gran anfitrión romano, escribió su libro “De Re
Coquinaria” considerado como el más antiguo libro completo en materia
culinaria.
En
cuanto al número de comensales, no eran multitudinarios. Aulo Gelio nos comenta:
“el número de invitados debería empezar
por el de las Gracias y acabar por el de las Musas; es decir como mínimo tres y
como máximo nueve” En cuanto al tipo de personas a invitar: “hay que procurar
evitar la invitación a charlatanes o a
lacónicos, pues la elocuencia es adecuada para el foro y los tribunales
y el silencio para el dormitorio, pero no para una reunión social”
El
banquete solía tener diferentes partes
.La primera, era la que se realizaba la
cena, donde se servían diferentes plato y alimentos. Marcial describe la comida que servirá:
“la granjera
me ha traído unas malvas para aligerar el vientre y varios productos que tiene
mi casa de campo. Entre ellos hay una lechuga y puerros que pueden trocearse. Y
no falta la menta ni la hierba afrodisíaca; huevos cortados anchoas aliñadas
mamas de cerda impregnadas de salmuera de atún .En esto consisten los
entremeses-(gustatio) En mi mesa se servirá un solo servicio, un cabrito arrebatado
de las fauces de un lobo y bocados pequeños de carne que no tiene necesidad del
hierro de un trinchante habas y bróquil se le añadirá pollo y un jamón que ha
sobrevivido ya a tres cenas. Cuando ya
estéis llenos, os daré frutas maduras (postre o segunda menae) y vino de una
jarra de Nomento sin posos que ya tenía seis años en el consulado de Frontino.
Se sumarán bromas sin hiel y franqueza que no ha de ser temida a la mañana
siguiente que mis invitado hablen de los verdes y los azules y mis copas no
convertirán en acusado a nadie”
Tras
el festín se iniciaba el momento de beber, el comissatio no sin antes hacer las
libaciones. Y haber hecho el honor al dios. Se elegía al simposiarca o rex
conuiuii en (tradición griega) en el que uno de los comensales, a sorteo se
convertía en el árbitro de la bebida y determinaba la cantidad de agua con la
que se debía de mezclar el vino., y la cantidad que debía beberse., de lo
contrario era penado con algún tipo de broma.
Cada
invitado acudía a un banquete con su servus ad pedes (esclavo personal) que le
atendía durante el convite y llevaba a casa una vez terminada la velada, los apophoreta o
regalos sorteados al final del banquete. A su vez, disponía de una mappa
(servilleta) que no sólo se utilizaba para evitar mancharse, sino también para
llevarse al final los alimentos o manjares no consumidos.
Al entrar al triclinium (comedor) los comensales tomaban asiento siguiendo el orden dispuesto por el nomenclator (acomodador). Salvo las mujeres, que en un principio, comían sentadas a los pies del marido.
La colocación de cada invitado (un mínimo de tres y un máximo de nueve), como hemos comentado, estaba designado de antemano. Se sentaban oblicuamente en el lecho, con los pies descalzos y lavados por un esclavo antes de entrar al triclinium, coronadas con flores sus cabezas y sus cuerpos ungidos con aceite perfumado.
Al entrar al triclinium (comedor) los comensales tomaban asiento siguiendo el orden dispuesto por el nomenclator (acomodador). Salvo las mujeres, que en un principio, comían sentadas a los pies del marido.
La colocación de cada invitado (un mínimo de tres y un máximo de nueve), como hemos comentado, estaba designado de antemano. Se sentaban oblicuamente en el lecho, con los pies descalzos y lavados por un esclavo antes de entrar al triclinium, coronadas con flores sus cabezas y sus cuerpos ungidos con aceite perfumado.
La
ubicación del banquete romano varió a lo largo de los años, puesto que
conocemos que en un primer momento se llevaba a cabo en el atrium,para pasar
después a una habitación llamada cenaculumpor más tarde por influencia helénica, crearon una estancia
denominada triclinium, por los tres lectus o lechos de tres plazas llamados triclinia.
A partir de este momento, las clases altas se acostumbraron a comer recostados.
Son
interesantes las reflexiones de Plutarco sobre la pertinencia de adaptar los
espectáculos de la comissatio al tono del banquete, a fin de que también las conversaciones entorno a
ellos tengan un mayor sentido. A veces tenían carácter filosófico donde los
comensales hacían uso de su sabiduría al igual que adquirían nuevos
conocimientos. Se esperaba que (durante el banquete) las conversaciones giraran
en torno a consideraciones generales, temas elevados y descargos de conciencia:
si el dueño de la casa tiene un filósofo en particular o un preceptor para sus
hijos (griego en ambos casos), le hará tomar la palabra; y habrá intermedios
musicales (con danzas y cantos), ejecutados por profesionales cuyos servicios
se alaban, y hacen que realce la fiesta.
Los
asistentes al festín se deleitan con variedades y entretenimientos de toda
índole mientras beben y charlan en un ambiente distendido. Estos espectáculos
varían según el poder adquisitivo de cada casa y los intereses de los
patrocinadores por lo que no es posible hablar de un tipo de actuación
estandarizada. La menos costosa y más básica, la interpretación de un solo instrumentista,
es la que más agrada a la mayoría de los comensales pues, como relata Marcial y
a diferencia de otros casos, se plantea como un tenue hilo musical que no
interrumpe la conversación.
parua
est cenula – quis potest negare? –, sed finges nihil audiesue factum/ et uoltu
placidus tuo recumbes; / nec crassum dominus leget uolumen / nec de Gadibus
inprobis puellae / uibrabunt sine fine prurientes / lasciuos docili tremore
lumbos;
/ sed quod nec graue sit nec infacetum, / parui tibia Condyli sonabit
(“la cenita es escasa -¿quién lo puede
negar?-, pero no inventarás nada ni escucharás mentiras y te puedes recostar
tranquilo sobre tu rostro; el anfitrión no va a leer un gordo volumen ni las
niñas de la obscena Gades agitarán sus lascivas curvas en ese dócil contoneo
que provoca quemazones sin fin al contrario, lo que no es profundo pero tampoco
sin gracia: sonará la flauta del pequeño Cóndilo.)
Aparte
de las interpretaciones musicales, la mayoría de las especialidades son
importadas del mundo teatral por lo que, para adaptarse a un escenario privado,
deben tener en cuenta las características del contexto y, sobre todo, las
exigencias de un público distinto.
Así,
son habituales las escenas de un cierto virtuosismo acróbatas, funámbulos pero
también tienen cabida otras actuaciones más provocativas y sugerentes que en
privado no son tan censurables como en público.
Por
su simpleza o su vulgaridad, las piezas más ligeras de la comissatio pueden
cansar a los invitados más cultos. Es el caso de Plinio el Joven quien aburrido
de los cinaedi, enanos y bufones de una cena, expresa en una carta su
incomodidad al asistir a este tipo de actuaciones (equidem nihil tale habeo),
aunque admite aguantarlas por respeto a los organizadores del banquete (habentes
tamen fero). En su carta, Plinio habla del aburrimiento (taedio) que uno puede
sentir ante la delicadeza de un bailarín (molle a cinaedo), el descaro de un
payaso (petulans a scurra) o las estupideces de los enanos (stultum a morione)
espectáculos que ni le sorprenden ni le agradan.
Pero
no son sólo las actuaciones en sí mismas las que causan ese hastío, sino
también el tipo de conversaciones que pueden suscitar entre los invitados al
banquete quienes, llevados por el entusiasmo, comentan el contenido o el nivel
artístico de cada uno. Así Horacio por ejemplo, se lamenta de tener que hablar
de la danza del pantomimo Lepos teniendo como tiene otros temas de conversación
más interesantes.
Las
opiniones de Plinio y de Horacio no responden a los intereses generales de la
gente: tenemos noticia de innumerables actuaciones de dudosa moralidad y
escasas cualidades escénicas que ponen de manifiesto el gusto extendido de los
romanos por las variedades de segunda fila. El atractivo de estos números tiene
que ver con el hecho de plantear sencillas puestas en escena que no requieren
una excesiva atención por parte de los invitados pero que contribuyen a
amenizar la atmósfera del banquete. Sonoros y llamativos, los espectáculos
coreográficos pueden, además, resultar útiles a la hora de apaciguar los ánimos
y calmar a los comensales en momentos de conflicto o discusión. Es lo que
ocurre, por ejemplo, en el relato de Petronio cuando, tras el enfrentamiento entre Ascilto y Hermerote, Trimalción manda llamar a la compañía de homeristae unos artistas que exhiben sus habilidades con las armas siguiendo curiosas coreografías, sobre textos de Homero que recitan al tiempo.
A
pesar de que algunos testimonios literarios descartan el empleo de música y danza
como característica: lo cierto es que los cinaedi del banquete romano combinan,
en su espectáculo de variedades, la interpretación el recitado de versos,
canciones y, por supuesto, los bailes.
La
Cena de Trimalción de Petronio constituye uno de los mejores ejemplos de la presencia
y variedad de espectáculos en los banquetes romanos. Es innegable el hecho de
que, tras el disfraz de las ostentaciones del patrón, se esconde una realidad
más o menos similar que podemos llegar a reconstruir.
Los
bailarines de banquete mejor documentados por la literatura latina son, sin
duda, los famosos cinaedi quienes, más o menos desde el siglo III a. C.,
representan un subgénero del mimo lírico helenístico, un tipo de espectáculo
burlesco y algo obsceno muy característico de los escenarios privados.
Escenas
de cinaedi, pintura mural del columbarium en Villa Doria Pampilli
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Las
aristócratas romanas no se suelen dejar ver en los ambientes de la sobremesa.
Su ausencia en la comissatio se suple, sin embargo, con la presencia de otras
mujeres que sirven de compañía a los hombres, amenizan la velada o, incluso,
inspiraran a los poetas en un momento dado. Por ello, se hacen cada vez más
habituales los espectáculos de artistas femeninas.
El
hecho de que estuviera mal vista no significa que ésta fuese una costumbre más
o menos extendida entre las mujeres pues la concepción romana del decorum era,
en realidad, muy elástica.
Las tibicinae, crotalistriae, psaltriae y
bailarinas entretienen a los asistentes
sin requerir una atención constante. Por lo general, estas mujeres pertenecen a
los estratos más humildes de la sociedad y suelen proceder de países
extranjeros, principalmente de las regiones orientales pero no se trata de prostitutas
en el sentido estricto de la palabra pues acuden a la fiesta principalmente,
para tocar sus instrumentos.
La figura de la prostituta-danzante se va
extendiendo por el imaginario romano de forma que, a partir de un momento dado
cualquier mujer de la escena (mimas, músicas o bailarinas) puede ser
potencialmente considerada como una meretriz, más aún si baila en el entorno de
la comissatio.
Conviene
distinguir las verdaderas prostitutas que bailan de aquellas bailarinas que son
consideradas prostitutas por razones morales, sociales y culturales, es decir,
por prejuicios preconcebidos. La mayoría de las veces se trata de
instrumentistas que agradan a los hombres con su propia figura y con el sonido de sus melodías y, aunque pueden ser confundidas con otras mujeres de compañía en realidad se limitan a cumplir sus funciones como artistas de la fiesta.
Macrobio
mostrará su desaprobación ante semejantes prácticas, al considerar inaceptable
que las danzas de una psaltriae interrumpan una agradable charla filosófica,
como les ocurre a Sócrates y sus compañeros en el banquete de Agatón.
Son
más las reuniones que las admiten que aquellas que las prohíben. Ataviadas con
ligeros trajes de seda o, simplemente, desnudas.
Entre
las artistas que se contonean al son de ritmos extranjeros con sedas y transparencias
las famosas puellae gaditanae alcanzan un éxito arrollador en los banquetes Siendo,
como eran, esclavas de un particular (uendidit ancillam), las gaditanae no tenían límites en sus
funciones y servicios si así lo decidía su propietario.
Son
ellas las que llevan la voz cantante mientras las bailarinas se balancean y tocan
las castañuelas (crusmata) al ritmo de sus obscenos cánticos, los asistentes las acompañan no solo con sus aplausos (plausu), sino también con su propia exitción.
Las
bailarinas gaditanas tienen plena conciencia de sus cuerpos y de sus movimientos:
formadas en el arte de la danza y muy hábiles con las castañuelas además de bailar,
saben hasta dónde pueden llegar con su gestualidad.
Juvenal
establece una gradación entre estas bailarinas y las simples rameras afirma que
los actos de las gaditanas no los podría llegar a hacer ni una prostituta en
las vitrinas de un lupanar.
En
todas las actuaciones de la comissatio se requiere la presencia de un auditorio
receptivo y ávido de nuevas experiencias visuales. Sobre todo, de la
interacción de un público participativo, de sus gustos e intereses.
Pero
además de contemplar a los especialistas, los asistentes a una fiesta pueden dejarse
llevar por el deseo de bailar para los demás comensales entusiasmados y
fascinados a la vez por la visión de una danza, hay espectadores que, sobre
todo en un ámbito privado, se atreven a pasar al otro lado de la escena.
Suetonio
cuenta que Calígula pasaba veladas enteras inter choros ac symphonias y Heliogábalo
el sirio era, según los escritores de la Historia Augusta un experto bailarín.
La
alegría provocada por el baile y el vino se confunde con la satisfacción de los
protagonistas de ser, durante unos instantes, el verdadero centro de atención
de la velada.
Deseosos de salir directamente a escena, algunos jóvenes nobles llegaron, incluso, a renunciar, en época imperial, a los privilegios de su clase porque, según relata Suetonio les impedían ejercer actividades relacionadas con el mundo del espectáculo.
Deseosos de salir directamente a escena, algunos jóvenes nobles llegaron, incluso, a renunciar, en época imperial, a los privilegios de su clase porque, según relata Suetonio les impedían ejercer actividades relacionadas con el mundo del espectáculo.
Los banquetes públicos ofrecidos por los emperadores, que no son sino
una versión ampliada de los que se celebran en las casas, cuentan también con
la presencia de gaditanas y otros artistas de la sobremesa. En estas fiestas la
magnificencia del princeps se mide en términos de espectacularidad, según el
número de artistas proporcionados, la calidad de sus interpretaciones, el
riesgo y, por supuesto, la novedad.
Fuentes:
Vida
cotidiana en la Roma de los Césares; Amparo Arroyo de la Fuente.
La
vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio; Jérôme Carcopino.
Así
Vivian los romanos libros maravillosos.
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