Pobreza romana
Pobreza romana
La existencia precaria y mísera
de la gran mayoría del pueblo romano, hacía que vivieran pobremente e incluso,
sobrevivían gracias a la mendicidad y al reparto de trigo que hacía el Estado (anona) Los humildes, que trabajaban las tierras de los grandes señores en el
campo y atendían los oficios artesanos y los servicios en las ciudades, eran los
humiliores,. Ciudadanos libres y esclavos, jurídicamente diferentes, con distintos derechos, pero un destino común debido a su escasa o nula riqueza. Por el otro lado estaban los honestiores, los honestos u honrados. Eran los senadores, caballeros y los mandamases municipales y provinciales. Ser senador se heredaba, al igual que ser caballero o decurión, pero fundamentalmente porque la familia en la que se nacía contaba con la riqueza suficiente.
Durante la República y el Principado se podía pasar de ser un humilior a ser honestior si se conseguía el dinero suficiente. Hubo muchos casos de personas que, siendo esclavos, consiguieron su libertad e hicieron suntuosos negocios gracias a los cuales pudieron avanzar en la escala social. En la segunda mitad del S. II d. C. el derecho romano los diferenció humiliores y honestiores. Pasaron a ser clases separadas por ley a las que no se podía acceder. Se nacía humilior y se moría humilior, sin posibilidad de ascenso.
Estas diferencias sociales se
convirtieron en una verdadera discriminación, el derecho penal preveía penas
diferentes para cada clase, muchos delitos que se castigaban con la muerte para
los humiliores, los honestiores los pagaban con el exilio, como mucho.
Una terrible crisis política y económica que estuvo a punto de hacer desaparecer el Imperio en el S. III, llevó a tomar decisiones drásticas para evitar el abandono de los campos y de los oficios, como por ejemplo obligar a que se hicieran hereditarios. Así, desde entonces los hijos de los panaderos serían panaderos, los de los soldados serían soldados y los de los campesinos, campesinos.
El sistema alimenticio de Nerva
Un antecedente interesante de ayuda a los necesitados, es el sistema alimenticio, instituido en Roma a fines del siglo I de nuestra era, por el emperador Marco Nerva (96 -98). Con ello pretendía ayudar a los estratos más pobres de la población y asegurar la buena nutrición de los niños. También creó un fondo para quienes necesitaban préstamos de bajo interés. Algunos romanos ricos aplicaron, mucho antes por separado, un sistema de ayuda parecido al del emperador Nerva.
Las instituciones de beneficencia en Roma fueron:
La annona
Servicio de las distribuciones regulares de trigo entre el pueblo que, de acuerdo a la ley Octavia, era a precio reducido para los menesterosos y que la ley Clodia estableció como gratuito.
Distribuciones extraordinarias de
comestibles y dinero.
La alimentación pública
Los beneficiarios eran solamente los niños; se dispensaban alimentos para los niños hasta los 11 años y para las niñas hasta los 14; este beneficio lo otorgaba el Estado para toda Italia y municipios de las provincias exteriores. Existía también lo que hoy llamaríamos responsables o agentes de la beneficencia, que se los denominaba (questores alimentorum) que dependían de los (praefecti alimentorum) y estos a su vez de los (alimentorum). Estas ayudas tenían un móvil político: evitar las revueltas del pueblo y consolidar una determinada dinastía en el poder.
Músicos ambulantes recorrían las calles de Roma acompañándose de crótalos, címbalos, tambores, flautas y triángulos. A ellos se les unía un cortejo de mendigos, niños y desocupados que, entraban en las casas de los poderosos donde eran obsequiados con regalos y comida.
La gente común en la antigua Roma comía mijo, un cereal despreciado por los ricos, ya que solo sirve para el ganado. El consumo de mijo se vinculaba a la situación social en general, porque los habitantes de los suburbios relativamente pobres consumían más este tipo de grano que los habitantes ricos de la ciudad. Los textos históricos describen el mijo como pienso para los animales o alimento en caso de hambruna.
El pan no era común entre los romanos hasta alrededor del 200 a. C. Antes de esas fechas, con la harina de trigo se hacía una sopa, el puls, comida típica de los romanos pobres también polenta, harina de cebada mezclada con otros granos que se tomaba amasada y frita, que se condimentaba a base de harina y agua y a la que en ocasiones se añadía tocino.
Todos los ciudadanos sin distinción social tenían derecho a estas ayudas e incluso algunos patricios se aprovechaban de estos repartos. En tiempos de César eran unos 320.000 los beneficiados; con Augusto, se redujo a 200.000 (es difícil precisar si estas cifras coincidían o no con el número de indigentes que tenía Roma en aquella época).
La cantidad que se repartía era inmensa, pero las raciones eran escasas. Augusto duplicaba las raciones en épocas de escasez. El número de mendigos que poblaban las calles y las plazas de Roma, fue en aumento por la emigración de los campesinos debido a la crisis agraria, las continuas guerras y la falta de estímulo para el trabajo que agudizaron la situación.
Muchos de estos pobres no tenían lugar fijo donde dormir; al llegar la noche, podían verse en los pórticos, en los bosques e incluso en el Foro en los tugurios y pergulae, parte superior de las tabernae habitaciones de reducidas dimensiones donde se hacinaba la gente más pobre; también en las Insulaes o in-sulae, casas de alquiler de varios pisos que daban a la calle y a un patio interior.
Debido a la superpoblación, por falta de espacio y
de las duras condiciones económicas de la vida en Roma. Las insulaes eran
edificios de hasta cinco pisos, con balcones y ventanas al exterior, cuyas dependencias interiores no tenían
características especiales en cuanto a disposición o estructura.
Sus ocupantes las utilizaban según las necesidades familiares. Estas casas eran estrechas, poco confortables, carentes de agua corriente y retrete, tenían poca luz y la mala calidad de los materiales (todo el entramado de vigas era de madera) hacía que los incendios o hundimientos fuesen frecuentes.
La mayoría eran de alquiler y en
ellas vivían las clases populares en condiciones bastante deficientes. La
carencia de servicios hacía que por la noche se lanzasen por la ventana basuras
y residuos de todas clases, con grave peligro para el viandante, describe
Juvenal:
"Considera desde qué altura se precipita un tiesto, para romperte la
cabeza; lo frecuente que es el caso de que desciendan de las ventanas, vasijas,
rajadas o rotas; cosa pesada que deja señal hasta en el empedrado. Eres, en
verdad, un descuidado, un imprudente, sí, cuando te invitan a cenar, acudes sin
haber hecho testamento".
La picaresca era frecuente entre los harapientos que fingían, para mover a compasión, ser náufragos, tener una pierna rota, padecer de ceguera o de epilepsia; otras veces cantaban pícaras coplillas por las calles, acompañándose de instrumentos sencillos. Las gentes, movidas a compasión unas veces, y otras, por el ingenio de las coplas, les daban limosna y, normalmente, se sacaban cada día un buen jornal.
Los ciudadanos libres, menos favorecidos por la fortuna y los pobres, desempeñaban actividades que eran más o menos variadas según habitasen en el campo o en la ciudad; y si no estaban en la indigencia, generalmente se hacían ayudar por algún esclavo que adquirían en el mercado más cercano.
Las condiciones de vida y trabajo en las minas eran tan penosas que solo eran sometidos a esta labor los esclavos y los criminales condenados a trabajos forzados, cuyo castigo implicaba la pérdida de libertad. La mortalidad en las minas, era muy elevada por enfermedades y continuas catástrofes, era tan elevada que los mineros pedían la compasión de sus contemporáneos.
El lado sombrío del gran Imperio es este aspecto
de la vida romana.
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