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Mesalina


Mesalina era una muchacha hermosísima, esbelta y de veloces movimientos, de ojos tan negros como el azabache y masas de rizados cabellos negros. Apenas pronunciaba una palabra, y tenía una sonrisa misteriosa que casi me enloqueció de amor por ella. Se alegró tanto de escapar de las manos de Calígula, y se dio cuenta con tanta rapidez de las ventajas que le reportaría el casamiento conmigo, que se comportó de un modo que me hizo sentirme seguro de que me amaba tanto como yo a ella. Esa era prácticamente la primera vez que me enamoraba de alguien desde la juventud, y cuando un cincuentón no muy inteligente y no muy atrayente se enamora de una muy atrayente y muy inteligente muchacha de 15 años, por lo general tiene muy malas perspectivas. Así describía Claudio a su esposa Mesalina en la conocidísima obra titulada “Yo, Claudio” de Robert Graves.

Valeria Mesalina “la mayor “(25-48 d.C.), biznieta de Octavia, hija de Marco Valerio Mesala y de Dominica Lépida se casó entre los años 39-40 con Claudio, que le llevaba más de treinta años, y de la que tuvo dos hijos, Octavia y Británico, lo que no le impidió ser repetidamente infiel a su marido a lo que parece no se enteraba de nada.

Pertenecía Mesalina a la alta sociedad de mujeres romanas liberadas de los tabúes sexuales, proclamando sus deseos y su forma de vida a los cuatro vientos.


La corta vida de esta mujer estuvo marcada por el desenfreno. La lista de amantes parece que fue muy larga, figuran entre ellos su cuñado Vinicio, caballeros, senadores y militares. Ordenando incluso asesinar a los hombres que se negaban acceder a sus deseos.

Según Juvenal, la emperatriz llevaba una doble vida:

Fíjate en los rivales de los dioses, entérate de lo que tuvo que aguantar Claudio. Cuando la mujer se daba cuenta de que el esposo estaba dormido, osando vestir nocturnas capas como augusta ramera y preferir una esterilla a su alcoba del Palatino, se marchaba sin más compañía que la de una sola criada. Al punto que una rubia peluca, tapando su negra melena, se mete en el burdel al abrigo de una vieja cortina, ocupando un cuarto vacío y suyo; entonces, con los pezones al aire y pintados de oro, se prostituye bajo el falso letrero de una tal Lycisca y deja ver, noble Británico, el vientre que te llevó; acoge lisonjera a los que llegan y les pide sus monedas.(Y tirada sin parar sorbe los embates de todos ellos.) Luego cuando ya el alcahuete despacha a sus niñas, se marcha pesarosa. Eso sí, habiendo cerrado el cuarto lo más tarde que puede, y aún enardecida con el picor de su coño tieso, y cansada, pero todavía no harta de hombres, da de mano y sucia con las mejillas ennegrecidas y afeada por el humo del candil llevaba hasta su almohada los olores del burdel.

Se encama, pues, con el somnoliento Claudio.

Escultura de la emperatriz por Eugène Brunet, 1884. Museo de Bellas Artes, Rennes.


Se cuenta que en una ocasión Mesalina desafió a una prostituta muy experimentada llamada Escila a un concurso sexual, en el que ganaría quién pudiera acostarse con más hombres. Al amanecer, Escila se declaró vencida después de haber sido seducida por 25 hombres, pero Mesalina continuó durante varias horas más. Se le pidió a Escila  que continuara, que la competición no había terminado, la prostituta gritó aterrada: “¡Por Júpiter, ya no más, esa mujer parece tener las entrañas de acero”!

Otra anécdota cuenta que en un amanecer en el que regresaba de sus aventuras de meretriz, saludó al entrar en palacio a un soldado de la guardia pretoriana que estaba de centinela preguntándole si sabía quién era ella. El interrogado, despistado, contestó que por la vestimenta, sería una prostituta de burdel. Mesalina asintió con la cabeza y preguntó al soldado cuánto dinero llevaba encima. Al responderle el soldado que solo dos óbolos, Mesalina dijo que era suficiente, entró en la garita, y coronó su último encuentro de la noche. Una vez con los dos óbolos en la faltriquera, los guardó en una cajita de oro en recuerdo de aquel breve pero intenso encuentro.


Mesalina y el gladiador. Sorolla



Se enamoró Mesalina de Gayo Silio y, cansada ya del adulterio y de la prostitución, quiso casarse con él mientras Claudio se encontraba en Ostia. El secretario particular de Claudio, el liberto Narciso, le envió al emperador a sus dos cortesanas favoritas, Calpurnia y Cleopatra, quienes le dieron cuanta de todo, leyéndole la lista de amantes de Mesalina. Claudio así y todo se mostró dispuesto a perdonarla, por lo que el propio Narciso dio la orden de matar a Mesalina.

Nos relata Tácito:

Entretanto, Mesalina seguía viva en los jardines de Lúculo, escribía súplicas, no sin ciertas esperanzas y a veces hasta con ira. Tal era el orgullo que mostraba en sus últimos momentos. Y si Narciso no hubiera adelantado su muerte, el daño se hubiera vuelto contra el acusador.


muerte de Mesalina G. Antoine Rochegrosse 


Tenía Mesalina veinticuatro años al morir, pocos pero intensos. El matrimonio con Claudio duró ocho años y ejerció notable influencia en los asuntos de Estado y en la política imperial.

El poder de L. Vitelio, padre del futuro emperador, parece se debió a las simpatías con Mesalina. Y también parece probable que C. Silio fue nominado para el consulado del año 48 por intervención directa de la emperatriz.

Mesalina tuvo gran poder político por causa de la debilidad de Claudio. Entre los personajes que cayeron políticamente o murieron por decisión de Mesalina se encuentran Apino Silano, Julia Livila, la hija de Germánico, Valerio Asiático y el liberto Polibio.

No obtuvo el título de augusta, ya que Claudio se negó a ello cuando dio a luz a Británico, sí consiguió el derecho de un lugar preferente en los espectáculos y el uso del carpetum.


Busto de Mesalina. (Museo del Louvre)



 "Si por su muerte lloraran todos sus amantes, lloraría la mitad de Roma." 

Para saber más:


Fuentes:

Socas. Juvenal sátiras Madrid 1996

Vayoneke La prostitución en Grecia y Roma Madrid 1991
Los Doce Césares, de Suetonio.

Los poderes de Venus, de Alicia Misrahi.

Placeres reales. Reyes, reinas, sexo y cocina, de Toti Martínez de Lezea. Editorial Maeva.


Yo, Claudio, de Robert Graves. Alianza Editorial.

imagenes:
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