La escritura en Roma
La escritura en el continente europeo no fue conocida hasta el siglo IX a. C., a pesar de que probablemente en Creta ya conocieran anteriormente los sistemas de escritura egipcio y mesopotámico. La cultura griega se escribió y transmitió también en rollos de papiro. Fue precisamente en Grecia donde el libro adquirió por primera vez su verdadera dimensión, debido principalmente a la aparición de la escritura alfabética, procedente de los fenicios, que facilitaba en gran medida la técnica de escribir, y a la democracia griega, sistema político inédito hasta el momento que permitía a cualquier ciudadano libre que supiera leer y escribir participar en el gobierno.
La escritura romana abarca un largo periodo cronológico que coincide con el de la existencia de la Antigua Roma, unos catorce siglos desde la fundación de Roma en el 754 a.C. hasta la caída de Roma en el 476 d.C. donde la escritura latina tuvo una evolución. Por consiguiente, los especialistas dividen la historia de la escritura romana en tres etapas:
El periodo arcaico, el periodo clásico y el periodo nuevo.
El periodo arcaico.
Es el más extenso ya que abarca desde los orígenes de Roma hasta el primer siglo antes de Cristo, es del que menos conocimiento tenemos al ser del que menos fuentes se conservan, todas ellas de carácter epigráfico. Su importancia reside en ser la época en que se forma el alfabeto latino a partir del alfabeto griego y su intermediario el alfabeto etrusco. Además la escritura epigráfica se normaliza progresivamente y aparecen las primeras tendencias cursivas.
El periodo clásico.
Se desarrolló entre tres siglos que abarcan desde el siglo I a.C. hasta el siglo II d.C., el número de fuentes conservadas aumenta notablemente no sólo por la conservación sino también porque coincide con un periodo en que se escribió más al coincidir con el esplendor del Imperio Romano. La escritura mayúscula presenta dos variedades diferenciadas según la velocidad necesaria: la capital clásica y la común clásica.
El periodo nuevo o postclásico
El periodo nuevo o postclásico se inició en el
siglo II d.C. y se extendió no solamente hasta la propia caída del Imperio
Romano de Occidente sino durante los siguientes siglos ya que los Reinos
Bárbaros se adaptaron a los usos de la administración y cultura romanas. La principal
innovación de esta etapa es la introducción de la escritura minúscula, pero
cabe destacar también el cambio técnico que supuso la aplicación del ángulo
recto.

La capital clásica continua siendo la escritura preferida para los epígrafes aunque aparecen variedades más toscas, mientras que la común clásica abandona el modelo mayúsculo y se convierte en la cursiva nueva, finalmente aparecen dos nuevos modelos de escrituras minúsculas para solucionar la demanda libraría en formato códice: la uncial y la semiuncial.
El primer tipo de escritura practicado en la Antigua Roma fue el que conocemos por escritura originaria, que es aquella que aparece en los epígrafes del periodo arcaico. Se trata de una escritura mayúscula de libre ejecución que puede ser premeditada y armoniosa o más bien espontánea y caótica, siendo el origen posterior de la capital clásica y de la común clásica.

La capital clásica.
Es la canonización de ese modelo elegante de la escritura arcaica que fue progresivamente normalizándose hasta el periodo clásico. La capital clásica es una letra mayúscula que se basaba en formas geométricas y regulares (tendencia a la línea recta y a los ángulos), aunque posteriormente fueron apareciendo modalidades menos solemnes con el mismo fin pero inferiores medios.
La capital clásica es el tipo ideal para una escritura del poder, la registrada en los monumentos romanos, dada su elegancia y la facilidad de su lectura. Su uso se extendió durante toda la romanización después pervivió en la época medieval en los epígrafes y las letras iniciales de los manuscritos, para finalmente convertirse en el modelo de nuestra actual letra mayúscula.
La capital rústica.
Es una una versión menos armoniosa de la capital clásica, se aplica sobre todo en el soporte de libro. A diferencia de la capital elegante, la otra variedad de la capital clásica, se tiende al uso de líneas curvas y en ocasiones los caracteres no respetan el sistema bilineal mayúsculo.
La común clásica
Es la variedad cursiva que evolucionó a partir de la escritura originaria, era la escritura de uso corriente en la época clásica que conocemos bien en epígrafes pero que de su uso cotidiano apenas tenemos fuentes. Esta escritura no tiene ligaduras y sus caracteres son versiones rápidas de los utilizados en la capital clásica.
Es la variedad cursiva que evolucionó a partir de la escritura originaria, era la escritura de uso corriente en la época clásica que conocemos bien en epígrafes pero que de su uso cotidiano apenas tenemos fuentes. Esta escritura no tiene ligaduras y sus caracteres son versiones rápidas de los utilizados en la capital clásica.
La escritura cursiva nueva.
Es la variante cursiva utilizada durante el periodo nuevo. Aparece en los siglos II-III d.C., es adaptada por los reinos bárbaros que en ocasiones realizan sus propias versiones y finalmente desaparece ante el predominio de la escritura carolingia.
Es la variante cursiva utilizada durante el periodo nuevo. Aparece en los siglos II-III d.C., es adaptada por los reinos bárbaros que en ocasiones realizan sus propias versiones y finalmente desaparece ante el predominio de la escritura carolingia.

La escritura uncial.
Es el primer tipo de
escritura dirigida exclusivamente a la confección de libros, se trata de una
variante caligráfica de la escritura cursiva nueva adaptada al soporte
pergamino.
El pergamino se fabricaba con pieles de distintos
animales como el carnero, la cabra o la ternera. La historia atribuye la
creación de este material a los bibliotecarios de Pérgamo, ya que aquí existía
una biblioteca rival de la Biblioteca de Alejandría. Según cuenta Plinio el
Viejo, Tolomeo v Epífanes, Rey de Egipto (203-181 a.c.) prohibió la exportación
del papiro para dificultar la expansión de la Biblioteca de Pérgamo y los
habitantes de esta ciudad se vieron obligados a buscar nuevos materiales, y
comenzaron a escribir los libros sobre un material hecho a partir de las pieles
de animales. El pergamino presentaba ciertas ventajas sobre el papiro, ya que
se podía escribir en ambos lados, borrar y rescribir.

Tras sumergir la piel en una solución de cal para
poder pelar y descarnarla, la tensaban en un caballete, y con la ayuda de una
piedra pómez eliminaban las impurezas, puliendo la superficie de escritura. Fue
tan alta la calidad del pergamino que allí se producía que incluso el propio
emperador Augusto lo hacía traer de allí para sus documentos más importantes a
pesar de que posteriormente se empezó a producir en la propia capital del
Imperio.
Las ventajas del pergamino frente al tradicional
papiro eran evidentes: más resistente y cómodo para el copista y el lector; más
fácil de conseguir; más duradero y de mejor calidad. Además se podía escribir
por las dos caras pudiéndose lavar y así reutilizarse, aunque tenía un
inconveniente respecto al papiro, su elevado precio. Esta fue la causa de que
convivieran juntos durante mucho tiempo.
Las tablillas recubiertas de cera sirvieron en Grecia
y Roma sobre todo para fines literarios (como borradores). Tanto para uso público como privado. La
importancia radica en que su forma y disposición inspiraron los códices medievales.
Las había una sola hoja y con un asa para colgarlas,
pero generalmente eran dos (duplex o díptico), tres (codex triplex o tríptico),
cinco o incluso más. La ventaja de poder borrarse explicaría su uso tan
frecuente. De esta época se han encontrado varias como las descubiertas en las
minas de oro de Alburnus Maior Vicus Pirustarum, en Transilvania o en la casa
del banquero Lucius Caecilius Lucundus en Pompeya. Los testimonios que se
conservan de escritura romana generalmente están realizados en un soporte duro,
esto se debe a que el soporte preferido para la elaboración de libros y
documentos era el papiro, un material cuya conservación era inferior en
comparación con el pergamino o el papel, aunque también se conservan algunos
códices que en ocasiones eran reutilizados a posteriori para escribir nuevos
textos, los famosos palimpsestos.
Se conservan algunas de ellas que contienen textos, y
son múltiples las referencias que pueden encontrarse, tanto en autores griegos,
como latinos, sobre el uso y la difusión de las tablillas. Denominadas en
griego: pinakis, deltion, pyktion o grammateion y en latín: tabulae, tabellae,
pugillares, cerae, podían contener cualquier tipo de escrito, desde
declaraciones de guerra, poemas, cartas, documentos de negocios privados a
ejercicios de escuela. Algunas tablillas se preparaban especialmente
blanqueándolas con barniz o cal, las llamadas en griego leykoma y en latín tabulae
dealbatae o album, y se utilizaban para documentos importantes, leyes, edictos,
etc.
En las
tablillas de cera se esgrafiaba el texto con facilidad, con un estilo metálico
u otro objeto punzante; y se borraban de manera también sencilla: normalmente
los estilos tenían en el extremo opuesto a la punta, un acabado romo en forma
de espátula con el que se raspaba la cera, se aplastaba y alisaba,
reutilizándose nuevamente; esto era especialmente cómodo en la escuela. Con las
tablillas, como muestra el mundo romano, se podían formar dípticos, trípticos y
hasta polípticos, denominados caudices, de donde se pasaría después a la
designación de los libros, en el sentido que universalmente tienen, cuando
surgieron en los primeros siglos de la era cristiana, es decir, los códices.
Estos polípticos, provistos de asas, se colgaban por medio de alambres tensados
y se guardaban en los tablinia o tabularia, esto es, los archivos romanos.
En Grecia y Roma las tablillas enceradas fueron el
principal soporte de escritura, tanto para uso público como privado. Se
conservan algunas de ellas que contienen textos literarios, como los griegos de
las fábulas de Babrio y poemas de Calímaco en Leyden y Viena, o de diverso tipo
como las tablillas latinas de Pompeya, y son múltiples las referencias que
pueden encontrarse, tanto en autores griegos, como latinos, sobre el uso y la
difusión de las tablillas.

Son textos de maldiciones y conjuros contra personas, donde se invocaban a las divinidades infernales, se “echaba mal de ojo”, o, por el contrario, se pedía protección; estos textos se esgrafiaban con un objeto metálico punzante, stilus, u otro similar y a veces se escribían del revés, boca abajo, de derecha a izquierda y se solían enterrar para no ser descifrados ni descubiertos. Se dieron a lo largo de la historia de Roma, en época republicana e imperial, e, incluso, más tardíamente.
El plomo, así como otros materiales servían también
para otras anotaciones rápidas o referidas a actividades cotidianas. La forma
de incisión no necesitaba preparación previa ni del material, ni siquiera de
dar forma al soporte, en todo caso cortarlo para reducir el tamaño, ni, por
supuesto, de diseño previo del texto; se trataba, pues, de un esgrafiado
directo de la escritura sobre la superficie.
Un grupo especial de escritura espontánea y directa
sobre soportes duros son los grafitos
sobre roca, piedras en general, muros, etc., si bien los más frecuentes son
pintados, como los conocidos de Pompeya, también se encuentran esgrafiados en
rocas, cuevas y abrigos naturales, catacumbas, muros o paredes diversas.


La planta se cortaba y se preparaba in situ, aún fresca. Se aprovechaba la parte central del tallo, de sección triangular, se cortaba en láminas (philyrae) que se colocaban superpuestas y entrecruzadas sobre una tabla humedecida, formando capas (schedulae) que constituían la trama característica del papiro. Se golpeaban (bataneo) un poco para alisar el tejido, se prensaban y luego secaban al sol; para alisarlas se pulimentaban con un objeto de marfil o un caparazón de molusco. Las hojas resultantes (plagulae) se unían entre sí con una pasta de pegamento formada con agua, harina y vinagre, superponiendo el borde derecho de cada hoja sobre la siguiente y así facilitar el paso de una a otra del cálamo a la hora de escribir. Se formaban así los rollos de papiro, generalmente compuestos de unas veinte hojas, que se denominaban tomus, volumina, chartae. Era un material flexible, de tacto sedoso y brillante, con una tonalidad de blanco hueso. Existía una gran variedad de calidades de papiro, según el grueso de las hojas, la textura, el mejor o peor acabado de cada fase de preparación; se conocen diferentes tipos de época romana, pero, al parecer, los de mejor calidad y más finos eran los más antiguos egipcios, siendo los fabricados en época del faraon Ramsés los mejores. Sobre el papiro se escribía con un cálamo hecho del tallo del junco, cortado a bisel.
El
papiro favoreció la proliferación y difusión de la escritura y, con ella, de la
literatura. Se exportó a Grecia y Roma y fue el soporte más preciado de la
escritura. Puede decirse, igualmente, que surgió el libro en el sentido moderno
del término por lo que se refiere a la copia y distribución de ejemplares. Se
sistematizaron los archivos, aparecieron las bibliotecas y la comercialización
de ejemplares. No obstante era un material raro y carísimo, cuya producción fue
disminuyendo con el tiempo, sobre todo a partir del s.III d. C. En época romana
era tan cotizado y lujoso que sólo algunas personas tenían acceso a él.
La
conservación del papiro requería un cuidado especial. Los rollos se guardaban
en recipientes de madera o de arcilla, para preservarlos de los insectos y se
impregnaban de aceite, con lo que adquirían el tono amarillento característico.
Sin embargo, la humedad y el calor eran sus enemigos fatales, de ahí su escasa
conservación. Otra de las causas de la progresiva desaparición de textos
escritos en papiro fue el que, debido al deterioro e, incluso, a la evolución
de la escritura que convertía los antiguos textos en poco legibles, éstos se
copiaron en pergamino, desapareciendo los primitivos escritos “originales” en
papiro. Con la aparición del pergamino, más consistente, más abundante, aunque
de laboriosa preparación también, el uso del papiro fue disminuyendo,
especialmente a partir de los siglos III y IV d.C.
Fuentes:
G.C. SUSINI, Epigrafia romana, Roma, 1982.
PARDO RODRÍGUEZ, María Luisa, y RODRÍGUEZ DÍAZ, Elena
Esperanza, "La escritura en la España Romana",
G.C. SUSINI, Epigrafia romana, Roma, 1982
Fántastico e interesante artículo sobres las técnicas y tipos de escritura de la êpoca.
ResponderEliminarMuchas gracias Magda.
EliminarMuy buen artículo, me fue de gran ayuda a la hora de preparar mi asignatura de Paleografía y Diplomática. Un saludo.
ResponderEliminarme ayudó mucho para mi tarea.
ResponderEliminarmuchas gracias