El fantasma de la casa de Atenas
«[..]
Así, pues, me agradaría muchísimo saber, si tú crees que existen los fantasmas
y si tienen figura propia y alguna fuerza sobrenatural o si, por el contrario,
no tienen consistencia ni realidad y adquieren una apariencia a partir de
nuestro temor. [..]» [2]
Para
los antiguos romanos, un alma sin sepultura quedaba errante, y no podía aspirar
al descanso eterno, vagaba en forma de
sombra o de fantasma, y se dedicaba al tormento
de los vivos.
Por
eso, motivo era muy importante la
ceremonia fúnebre, para procurar el descanso eterno del difunto, así como para
demostrar el dolor de sus familiares
ante la pérdida.
Tenían
auténtico pavor a la posibilidad de que las almas atormentadas y seres del
inframundo los persiguieran. La superstición marcaba su vida y por ello tenían una
serie de rituales tanto públicos como
privados.
Para
controlar que los muertos no se levantaran de sus sepulturas y molesten a los vivos,
se realizaban unos ritos supervisados
por el colegio pontifical, si no se realizaba bien estos rituales, el muerto podría
convertirse en fantasma sin descanso hasta que recibiera la digna sepultura.
Los
que más se les aparecían reclamaban su derecho a una sepultura o entierro
digno. Por ello existía un culto a los difuntos, con el propósito de que el
difunto sobreviviera en la memoria de los familiares y amigos, y descansara en
paz.
“En el silencio de la noche se oía un sonido metálico; poniendo oído se sentía resonar un ruido de cadenas primero lejanas, después más cerca. A poco aparecía un espectro; se trataba de un viejo de una delgadez extrema, andrajoso, con una larga barba descuidada y cabellos hirsutos. Portaba cadenas en los pies y en las manos hierros que hacía sonar”.
"Los pobres vecinos pasaban las noches en vela por el miedo; la vigilia forzada daba lugar a la enfermedad y el miedo creciente a la muerte. Pues incluso en pleno día, aunque la aparición no estuviera presente, la memoria del fantasma permanecía en sus ojos, y el temor perduraba por causa del terror. La casa fue abandonada a la más absoluta soledad y entregada por completo al monstruo; sin embargo, se siguió anunciando por si alguien, desconocedor de una desgracia tan grande, quería comprarla o alquilarla”.
“Llega a Atenas el filósofo Atenodoro, lee el anuncio y, asombrado de su bajo precio, se entera de todo el asunto y, a pesar de todo, la alquila. Cuando cae la tarde, ordena preparar un lecho en la parte delantera de la casa, dispone tablillas, cálamo, luz; envía a todo el servicio al interior y él mismo dispone su espíritu, ojos, mano para la escritura, de modo que su imaginación no se desmandase y se abriese al sonido de fantasmas y a miedos sin sentido”.
"Al principio, como en todas partes, el silencio de la noche; luego, comenzó el sonido de los hierros, del movimiento de las cadenas; él no levantó los ojos, no dejó el cálamo, sino que concentraba su espíritu y cerraba sus oídos.
Entonces, aumentó el fragor, se acercaba a la habitación y entraba dentro de ella; mira, ve y reconoce la aparición de la que se le había hablado”.
“Estaba de pie y le hacía una señal con el dedo, como quien está llamando la atención.
Él, por el contrario, hace una señal con la mano de que se espere un poco y de nuevo vuelve con el cálamo y las tablillas enceradas. La aparición hacía sonar las cadenas sobre su cabeza mientras él escribía. Mira de nuevo y ve que le hace el mismo gesto y sin dudar coge la luz y le sigue. La aparición caminaba despacio, entorpecida por las cadenas. Después de girar hacia el patio de la casa, de repente se esfumó, dejando solo a su acompañante, quien marcó el lugar con hierbas y hojas”.
O sea que lo de las cadenas chirriantes no es un invento de las pelis de Hollywood, ¡vaya! Qué historia tan buena.
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