El vino y la mujer romana
Náyade campo Varano |
En la antigua Roma, el vino adquirió una importancia fundamental con implicaciones religiosas y sociales. Existía una gran variedad de vinos y todo un protocolo a la hora de elegirlos y consumirlos. Frente al libre consumo de vino por los hombres, las mujeres lo tenían prohibido, pues eran más proclives a desinhibirse bajo la influencia del alcohol.
En los primeros tiempos de Roma no se permitía beber vino a las mujeres por el temor a que si lo hacían podían perder el decoro y llegar a caer en el adulterio, lo que avergonzaría a la familia y provocaría dudas en cuanto a la legitimidad de los herederos.
Una de las grandes preocupaciones de los romanos en relación con las mujeres tenía que ver con el posible comportamiento licencioso de las mismas. En las comedias griegas y romanas, las mujeres eran a menudo representadas borrachas y más proclives a entregarse a diversos vicios bajo la influencia del alcohol.
El poeta Juvenal escribió en sus Sátiras que "Cuando está borracha, ¿qué importa a la Diosa del Amor? No puede distinguir sus ingles de su cabeza."
Según Juvenal, “¿qué escrúpulos tiene una Venus ebria?”. Opinaba que las mujeres, desinhibidas por el vino, mantenían relaciones entre sí cuando de vuelta a casa pasaban ante el altar de Pudicitia, la personificación de la modestia y la castidad: “De noche hacen detener sus literas y se orinan en él y cubren de largas chorreadas la estatua de la diosa y se montan la una a la otra a la luz de la luna”.
“Mulier si temetum biberit domi ut adulteram puniunta”, “si una mujer bebe vino en casa, ha de ser castigada como una adúltera”.
Polibio sostiene que los romanos les prohibían beber vino a las mujeres, solo les permitían beberlo cocido, que en su sabor parecía como un vino ligero de Agosthenes o de Creta. Podían beber las mujeres vinos condimentados como era la Murrina, mezclado con azafrán, áloe y mirra. Una ley de Rómulo prohibía a la mujer el uso del vino puro, llamado en la lengua arcaica, temetum. Y establecía para ellas la absoluta abstinencia.
Catón nos dice que no solamente se las reprendía por haber bebido vino, sino que se las castigaba con tanta severidad, como si hubiesen cometido un adulterio. Valerio Máximo nos refiere que Egnatius Matellus mató a palos a su mujer, a quien sorprendió mientras tomaba vino, y no solo nadie lo acusó, sino que ni siquiera lo reprendieron y, por el contrario, consideraban que su actitud era la más correcta, porque la mujer que toma vino, cierra la puerta a las virtudes y abre otra para los vicios.
Los esposos estaban amparados por la ley romana y tenían permiso legal para matar a sus esposas o divorciarse de ellas si eran sorprendidas bebiendo alcohol.
Existe otro mito que cuenta la truculenta historia de una mujer condenada a morir de inanición como castigo impuesto por los suyos por coger las llaves de la bodega.
Foto de werner Forman. |
Por medio del ius osculi (derecho al beso), el marido besaba en la boca a su esposa para comprobar si había bebido vino.
Excepto el supuesto de que el vino consumido fuese prescrito por un médico, porque el vino también se utilizaba con fines medicinales, el castigo que recibiría la esposa que hubiese dado positivo era una paliza, el repudio e incluso la muerte.
La esposa acusada podía pedir el “contranálisis” que, lamentablemente para ella, corría a cargo de los parientes de la parte acusadora. La esposa debía echar el aliento a los familiares del marido que, seguramente, confirmarían su positivo.
Las penas para las mujeres que transgredían la ley que les vedaba el vino eran tan graves como las reservadas a las adúlteras.
Fuentes:
Plutarco. Vidas Paralelas. Obra completa. Madrid: Editorial Gredos.
El vino como alimento y medicina en la sociedad romana, Carolina Real Torres
Embriaguez Y Moderación En El Consumo De Vino En La Antiguedad, Carmen Amat Flórez
Plutarco. Vidas Paralelas. Obra completa. Madrid: Editorial Gredos.
El vino como alimento y medicina en la sociedad romana, Carolina Real Torres
Embriaguez Y Moderación En El Consumo De Vino En La Antiguedad, Carmen Amat Flórez
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