César y los piratas
En
el año 75 a.C Julio César abandonó Roma para
continuar su formación como orador. Uno de los profesores de mayor prestigio de
la época era Apolonio Molón que residía
en Rodas por lo que César decidió trasladarse a esa ciudad.
Mientras
el barco en el que viajaba costeaba la isla de Farmacusa, vieron unos barcos que se aproximaban con rapidez. El
barco de los romanos era lento, así que no pudieron escapar de los piratas.
Poco
después los piratas realizaron el abordaje, el jefe de los piratas se fijó en
el joven bien vestido y que sentado en medio de sus sirvientes y esclavos
estaba leyendo.
El
pirata pensó que era muy buena idea pedir un rescate, pero más tarde se le
ocurrió preguntar a Julio César
cuanto pagaría por su propia libertad y la de su sequito. Él ni le contesto. El
pirata pensó pedir unos 20 talentos por el rescate a lo que Julio César respondió dijo: Si
conocieses tu oficio, te darías cuenta de que valgo por lo menos cincuenta
talentos. El pirata no estaba acostumbrado a que un prisionero quisiera pagar
más de lo que él había ofertado. Aceptó. Julio
César envió a unos negociadores a buscar el rescate.
Con
su vida garantizada por tan altas expectativas de lucro, el joven romano dejó
pasar el tiempo, dedicándose relajadamente a escribir y confraternizar con los
piratas.
Plutarco cuenta que en ese clima de confianza
les llamaba «bárbaros analfabetos» y que llegó a decirles, entre risas y
chanzas, que cuando terminara todo aquello «les ahorcaría». Ellos se lo tomaban
a broma y le iban cogiendo afecto.
Al
cabo de treinta y ocho días, regresaron los negociadores diciendo que habían
depositado el rescate en manos del legado Valerio
Torcuato. César y sus compañeros fueron enviados a Mileto a bordo de un buque. Al llegar a Mileto, el rescate fue entregado a los piratas y César bajó a tierra con ánimo de
venganza.
Pidió
a Valerio cuatro galeras de guerra y
quinientos soldados y se puso en marcha, su destino era Farmacusa. Al llegar, encontró a los piratas celebrando una gran
fiesta. Sorprendidos por la visita, sin oponer resistencia se entregaron. César hizo prisioneros a unos
trescientos cincuenta piratas, y además recuperó sus cincuenta talentos.
Embarcó con los prisioneros en las galeras, e hizo echar a pique todos los
navíos de los piratas.
Se
dirigió entonces a Pérgamo, donde
vivía Junio, pretor de la provincia
de Asia Menor. Nada más llegar encerró a sus prisioneros en una fortaleza.
Después de pedir permiso para ejecutarlos y ver que le daban largas, él mismo
ordenó ejecutar a los prisioneros, dejando a los treinta más importantes para
el final. César mandó degollar,
antes de ser crucificados, a esos treinta piratas.
Los
dos relatos más importantes nos los da Plutarco
y Suetonio.
La
historia, tal y como nos la narra Plutarco, dice así:
I. ...cuando regresaba
fue apresado junto a la isla Farmacusa por los piratas, que ya entonces
infestaban el mar con grandes escuadras e inmenso número de buques.
II. Lo primero que en
este incidente hubo de notable fue que, pidiéndole los piratas veinte talentos
por su rescate, se echó a reír, como que no sabían quién era el cautivo, y
voluntariamente se obligó a darles cincuenta. Después, habiendo enviado a todos
los demás de su comitiva, unos a una parte y otros a otra, para recoger el
dinero, llegó a quedarse entre unos pérfidos piratas de Cilicia con un solo
amigo y dos criados, y, sin embargo, les trataba con tal desdén, que cuando se
iba a recoger les mandaba a decir que no hicieran ruido. Treinta y ocho días
fueron los que estuvo más bien guardado que preso por ellos, en los cuales se
entretuvo y ejercitó con la mayor serenidad, y, dedicado a componer algunos
discursos, teníalos por oyentes, tratándolos de ignorantes y bárbaros cuando no
aplaudían, y muchas veces les amenazó, entre burlas y veras, con que los había
de colgar, de lo que se reían, teniendo a sencillez y muchachada aquella
franqueza. Luego que de Mileto le trajeron el rescate y por su entrega fue
puesto en libertad, equipó al punto algunas embarcaciones en el puerto de los
Milesios, se dirigió contra los piratas, los sorprendió anclados todavía en la
isla y se apoderó de la mayor parte de ellos. El dinero que les aprehendió lo
declaró legítima presa, y, poniendo las personas en prisión en Pérgamo, se fue
en busca de Junio, que era quien mandaba en el Asia, porque a éste le competía
castigar a los apresados; pero como Junio pusiese la vista en el caudal, que no
era poco, y respecto de los cautivos le dijese que ya vería cuando estuviese de
vagar, no haciendo cuenta de él se restituyó a Pérgamo, y reuniendo en un punto
todos aquellos bandidos los mandó crucificar, como muchas veces en chanza se lo
había prometido en la isla.
Suetonio, simplemente,
señala que estuvo prisionero cerca de 40 días.
Tanto
Plutarco como Suetonio nos informan de que sólo se quedó en compañía de dos
criados y un médico. Al volver los enviados con el rescate establecido, César
fue liberado, pero lejos de permanecer inactivo organizó una pequeña flota con
la que sorprendió a los piratas en su propia base, los capturó y tras la
inacción de Marco Junio Junco, gobernador de Asia, se tomó la justicia por su
mano crucificándolos a todos.
Fuentes
:
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