Cuidado del cabello del hombre romano.
La dignidad
o estatus social de los romanos, solía venir determinada por la longitud de sus
cabellos. Calvas, canas y alopecia eran
vistos como signos de vejez o enfermedad que los hombres
romanos trataban de combatir o disimular con diferentes procedimientos.
Desde
un primer momento el hecho de lucir una bella melena se asociaba a las grandes
virtudes masculinas.
Por ende, los romanos acostumbraron a dejarse largas tanto la cabellera como la barba. Sin embargo, en época imperial y, al menos, hasta bien entrado el siglo II, se impuso la costumbre de que los hombres adultos cortaran su cabello.
Por ende, los romanos acostumbraron a dejarse largas tanto la cabellera como la barba. Sin embargo, en época imperial y, al menos, hasta bien entrado el siglo II, se impuso la costumbre de que los hombres adultos cortaran su cabello.
A
finales de la República el peinado
masculino se había hecho mucho más complejo, pues los cabellos cortos se
comenzaron a rizar con el calmistro, un hierro candente que
servía para rizar el pelo y hacer bucles.
Solamente los jóvenes de condición libre y aquellos
esclavos que formasen parte de la servidumbre de lujo presentaban los cabellos
largos.
Lo normal
era que los ciudadanos romanos se cortasen el pelo a una cierta altura,
mientras que los galanes se hacían rizar los cabellos con hierros calientes, se
perfumaban abundantemente y pasaban varias horas en el barbero.
Desde el siglo IV a.C., hombres y mujeres habían
adoptado la costumbre griega de teñirse los cabellos de cobrizo con el jabón cáustico, hecho de sebo y
cenizas, sobre todo para ocultar las canas.
La
tendencia fue cambiando y entrado el siglo II, tanto hombres como mujeres se
decantaron por el color rubio.
En este sentido, las personas más adineradas llegaron a aplicarse incluso polvos de oro sobre el pelo o se colocaron pelucas y postizos de este color que hacían traer desde Germania y que eran muy estimadas.
En este sentido, las personas más adineradas llegaron a aplicarse incluso polvos de oro sobre el pelo o se colocaron pelucas y postizos de este color que hacían traer desde Germania y que eran muy estimadas.
En su
preocupación por su aspecto, los romanos cuidaban su pelo y procuraban evitar su
caída. Algunos autores recogieron tratamientos a ese respecto, como Dioscórides, que recomendaba frotar con cebolla las partes
de la cabeza afectada con calvicie.
La calvicie fue considerada por hombres y mujeres una marca de ignominia, y
quien sufría la pérdida del cabello a causa de la edad o del abuso de los
tintes recurría al capillamentum, es decir, a las pelucas fabricadas con cabello natural.
Una fórmula que empleaban los alopécicos para tratar de recuperar su cabello;
se basaba en el uso de una infusión de pino, azafrán, pimienta, vinagre,
laserpicio que tomaban junto a excrementos de ratón después de haberse frotado
la calva con sosa.
Otra de las recetas con buenos resultados para evitar la
temprana caída del cabello, eran las friegas con manteca de oso, o la cocción
de vino y aceite de semillas de apio y culantro.
Receta egipcia contra la calvicie:
Vísceras
de pescado
Órganos
genitales de perro
Excrementos
de moscas
Suciedad
de las uñas de un hombre
Ratón cocido metido en grasa
Colocar la mezcla sobre la cabeza y esperar hasta que apeste.
Posiblemente, la mezcla
apestaba en el mismo momento de su elaboración y prácticamente seguro que tal
receta era completamente ineficaz para su propósito, sin embargo, es posible que
fuera más importante la fe que se depositaba en los resultados que los reales
que podía aportar.
Galeno en su
obra De
Compositione Medicamentorum recoge la siguiente receta tomada de la Cosmética de Cleopatra:
“Contra
la pérdida de cabello, hacer una pasta de rejalgar (una forma natural de mono
sulfato de arsénico) y mezclarlo con resina de roble, aplicarlo a un paño y
ponerlo donde ya se haya limpiado bien con natrón (una forma natural de
carbonato de sodio). Yo mismo he añadido
espuma de natrón a la receta anterior, y funcionó de verdad.”
Los
hombres dedicaban parte de su tiempo a mejorar su aspecto y seguir las
tendencias de la moda en cuanto al peinado y el uso de perfumes:
“Estar
a la moda es llevar perfectamente puesto el pelo rizado, oler siempre a
bálsamo, siempre a cinamomo.” (Marcial, III, 82)
Ovidio
aconseja a los jóvenes cómo deben cuidarse para atraer a sus amadas,
despreocupándose de lo superficial, como
es rizarse el pelo y quitarse el vello, pero recomendando buscar un buen
barbero:
“Tampoco
te detengas demasiado en rizarte el cabello con el hierro o en alisarte la piel
con la piedra pómez; deja tus vanos aliños para los sacerdotes que aúllan sus
cantos frigios en honor de la madre Cibeles. Que no se te ericen los pelos mal
cortados y tanto estos como la barba
entrégalos a una mano hábil.” (Ovidio, Arte de Amar, L. I)
Algunos
autores criticaron la dedicación que los hombres daban al cuidado de su cabello, barba y cuerpo:
“Y si
nuestro propio sexo admite trucos engañosos, tales como cortarse la barba en
demasía; arrancarla por aquí y por allí; afeitarse alrededor de la boca; arreglarse
el pelo y disfrazar su blancura con tintes; depilarse por todo el cuerpo;
colocar cada pelo en su lugar con pigmentos femeninos; suavizarse el resto del
cuerpo con la ayuda de algún áspero polvo; y, además, aprovechar cualquier
oportunidad para mirarse en el espejo y contemplarse con ansiedad.
(Tertuliano)“Y ya pueden mis pinzas (volsellae), mi peine (pectem), mi espejo
(speculum), mi rizador de pelo (calamistrum), y mis tijeras para el pelo
(axitia) y toalla (linteum) quererme bien…”
En los
tiempos del emperador Adriano, se solían ver hombres con
trenzas en la nuca y colas de caballo.
Marco Aurelio, a su vez, también
puso de moda el pelo largo, enrulado y barbas. Al fin del Imperio, vuelve a
usarse el estilo de caras afeitadas y pelo corto, como en las épocas de
esplendor de Cesar y Augusto.
El peinado de Augusto (27 a.d.C. – 14 d.C.) fue un clásico entre el género masculino en la antigua Roma. Aparentemente desordenado, lucía unos mechones en forma de lengüeta sobre la frente.
Trajano
solía llevar mechones sobre la frente en forma de “s”
(no se sabe si para ocultar las heridas de las batallas o por influencias de
los griegos.)
En los siglos IV y V los peinados no difieren mucho, cabello corto y un flequillo ondulado que tenderá a alargarse.
Los salones de peluquería eran ya un negocio, aunque en aquel entonces no existían de modo global como en la actualidad, sino que se organizaban por especialidades
En unos se realizaban peinados, en otros se daba color, en otros se hacían pelucas o postizos, existiendo de esta manera los encargados del peinado, tinturista, posticero, ayudante... Las aportaciones más importantes son el campo de la posticería y la coloración capilar.
No fue hasta cientos de años más tarde en que se consideró el hecho de que, al tratar todos con una misma materia prima, el cabello, lo mejor era unirse para dar un servicio completo.
Fuentes:
La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio. J. Carcopino.
La vida en la antigua Roma; Harold W. Johnston.
Vida cotidiana en la Roma de los Césares: Amparo Arroyo de la Fuente
El mundo de los romanos.
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