La cosmética de la mujer romana
Una matrona romana es maquillada y peinada por sus esclavas en el tocador. Óleo por Juan Giménez Martín. Siglo XIX. Congreso de los Diputados, Madrid.
La cosmética
romana la podríamos considerar un
antecedente de lo que hoy entendemos como cosmética natural. Esta
cosmética se fundamenta en dos componentes esenciales: el masaje y la leche.
Cosmética
La
mujer romana dedicaba bastante tiempo a su aseo diario, como podemos ver en Poenulus
de Plauto.
La
joven Adelfasia cuenta a su hermana sus preparativos la mañana de la fiesta de
Venus:
“Desde el alba, tú y yo solamente hemos tenido una ocupación: bañarnos, frotarnos, equiparnos, secarnos, pulirnos, repulirnos, pintarnos, componernos; y, además, ellos nos habían dado a cada una dos criadas que se han dedicado todo el tiempo a lavarnos, a relavarnos; sin contar los dos hombros que se han derrengado llevándonos agua”.
Utilizaban
ceniza caliente de cáscara de nuez para
depilarse. Se depilaban brazos, axilas, labio superior, piernas.
Los dientes los pulían y emblanquecían con polvo de asta, utilizando también como dentífrico, harina de cebada con sal y miel, jugo de calabaza con vinagre caliente. Para abrillantarlos masticaban raíces de anémonas hojas de laurel que abrillantaban y robustecían los dientes.
Para quitar el mal aliento hacían gárgaras con agua aromatizada, un poco perfumada, que conservaba el frescor del aliento, o chupaban pastillas de mirto y de lentisco amasadas con vino rancio, masticaban perejil o raíces de iris…
Pintura pompeyana de una dama
La mujer romana, al igual que la griega, se preocupaba para mantener una piel blanca.
En Ars Amandi de Ovidio se pueden encontrar diversos consejos para el cuidado y adorno del rostro.
"Sabréis también procuraros blancura en el rostro empolvándoos." Ovidio
Algunos productos a veces resultaban un tanto repulsivos; por ejemplo, para elaborar las mascarillas faciales se utilizaban como ingredientes excrementos, placentas, médulas, bilis y hasta orines, por lo que Ovidio recomendara a las mujeres aplicarse los cosméticos a solas, sin que las vieran sus amantes:
«¿A quién no apesta la grasa que nos envían de Atenas extraída de los vellones sucios de la oveja? Repruebo que en presencia de testigos uséis la médula del ciervo u os restreguéis los dientes: estas operaciones aumentan la belleza, pero son desagradables a la vista [...] ¿Por qué he de saber cuál es la causa de la blancura de vuestro rostro?».
Se aclaraban el rostro con linimento extraído de excrementos de cocodrilo, con albayalde o con un residuo de plomo preparado en forma de pasta y que se produce en Rodas. A veces utilizan como alternativa tiza, disuelta en un ácido.
En Londres, los arqueólogos encontraron un tarro romano del siglo II donde había una crema blanquecina y granulosa. Esta crema está compuesta por tres componentes: lanolina de lana de oveja sin desengrasar, óxido de estaño y almidón. El almidón suavizaba la piel y la lanolina servía de base para la mezcla.
Tarro encontrado en Londres
Otros de los cosméticos empleados para blanquear la piel era una mezcla de vinagre, miel y aceite de oliva. También se utilizaba cataplasmas realizadas con raíces secas de melón o de compuestos con cera de abeja, el aceite de oliva, la raíz del lirio, el huevo, las setas, las amapolas, el eneldo o el pepino.
Como colorete empleaban alheña, el cinabrio o las tierras rojas, el jugo de mora o los posos de vino con minio, producto muy tóxico que provoca estragos en la piel o con un tono rojo obtenido de espuma de salitre rojo, estos últimos fueron utilizados por las clases menos pudientes.
Colorear los pómulos con un tono rojo, muy vivo, permitía dar apariencia de salud.
Como
pintalabios utilizaban colores muy vivos, frutas podridas, minio ocre procedente
de moluscos.
Según el ideal de belleza romana, la mujer debía poseer grandes ojos y largas pestañas.
Los
párpados se coloreaban con ceniza o zurita, dependiendo si preferían el color
negro o azul. Por influencia egipcia se puso de moda la sombra de ojos verde
que se elaboraba a base de polvo de malaquita.
Se perfilaban la forma del párpado y las cejas con carbón, o con pasta de hollín y sebo, galena y polvo de antimonio, utilizando para ello una aguja, pequeños instrumentos recubiertos de marfil, hueso, vidrio o madera.
Una
de las modas femeninas en Roma era tener las cejas unidas, para conseguirlo
rellenaban ese espacio entre las cejas con moscas secas machacadas.
Para
disimular las arrugas utilizaban polvo de harina y conchas de caracolas
trituradas, polvo astringente para evitar la exudación, pomada
depilatoria y pasta de alubia para teñir la piel y así borrar las arrugas.
Por
las noches se aplicaban una mascarilla a base de flor de harina y miga de pan
diluida, huevos secos y harina de cebada machacada en un mortero con asta de
ciervo, bulbos de narciso triturados, arenilla de vino, harina de trigo y miel.
Plinio el Viejo nos deja una receta para las arrugas:
"el astrágalo (hueso del pie) de una ternera blanca, hervido durante cuarenta días y cuarenta noches, hasta que se transformaba en gelatina y se aplicaba posteriormente con un paño."
Pero
nada era mejor que el baño de leche, Popea,
esposa de Nerón, se bañaba en leche de
burra y utilizaba una mascarilla facial compuesta por una mezcla de leche y una pasta que reforzaba el efecto beneficioso de la leche.
Para
disimular las manchas, la mujer romana utilizaba una mascarilla de hinojo,
mirra perfumada, sal incienso, pétalos de rosa y jugo de cebada, y para alizar
la piel un compuesto de altramuces, trigo, cebada, harina de yero y nabo silvestre.
Estos
cosméticos se podían encontrar en los mercados, se vendían en pequeños recipientes
de
terracota, vasos de vidrio, si eran espesos en pequeños cofres de madera.
Según
Propercio, estaba muy difundida la moda de que las mujeres se marcasen las
venas de las sienes en azul.
Marcial, en uno de sus epigramas, se burla de cierta mujer que se «acuesta sumergida en un centenar de mejunjes», con un rostro prestado (el de la mascarilla), y que «le hace un guiño con el entrecejo que saca por la mañana de un bote»; era demasiado vieja para enamorar a nadie.
Caja de maquillaje de madera y marfil. Siglos II-III. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.
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Cuidado personal de la mujer romana
Fuentes;
La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio. J. Carcopino
Sátiras de Juvenal. Trad. M. Balasch
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