Cuidado personal de la mujer romana
Las damas de la antigua Roma buscaban encandilar en las reuniones de sociedad, en el teatro o al pasearse en litera por las calles de la Urbe.
Durante el Imperio Romano, la estética se convirtió en obsesión, tanto para los hombres como para las mujeres. Se maquillaban y cuidaban su piel, pero a diferencia de Grecia, no existía un único ideal de belleza.
El gusto de la belleza, llegó a ser tan extremo que se promulgó una Ley durante la República (215 A.C.) que restringía el uso de la misma por las mujeres (el oro y las vestimentas coloridas), la “Lex Oppia”. Aunque sólo duró 6 años.
El gusto de la belleza, llegó a ser tan extremo que se promulgó una Ley durante la República (215 A.C.) que restringía el uso de la misma por las mujeres (el oro y las vestimentas coloridas), la “Lex Oppia”. Aunque sólo duró 6 años.
Cuidado personal de la mujer romana
El cuidado
de la piel fue una auténtica obsesión de las romanas de clase elevada, y en
torno a él se desarrolló un arte del maquillaje no menos sofisticado y lujoso
que el de hoy en día. Los cánones de la
belleza romana aconsejaban a la mujer una piel luminosa, sonrosada y, sobre
todo, blanca.
La blancura de la piel era el supremo rasgo de distinción. Ovidio, que fue autor de un breve libro en el que daba consejos para aderezar y conservar la belleza del rostro, escribió en su Arte de amar: «Sabréis también procuraros blancura en el rostro empolvándoos».
La blancura de la piel era el supremo rasgo de distinción. Ovidio, que fue autor de un breve libro en el que daba consejos para aderezar y conservar la belleza del rostro, escribió en su Arte de amar: «Sabréis también procuraros blancura en el rostro empolvándoos».
Las
mujeres romanas utilizaban una gran variedad de cosméticos, perfumes, tintes
para el cabello y maquillaje, incluyendo bases, sombras de ojos, esmalte de
uñas, delineadores de ojos, colorete y pinturas para los labios.
Los cosméticos se compraban en los mercados. Los que eran líquidos se colocaban en
pequeños recipientes de terracota, en vasos de vidrio verde y azulado o en
pequeños envases realizados con diferentes materiales; el cuello del recipiente
estaba cerrado de tal forma que el maquillaje podía verterse gota a gota.
Los cosméticos espesos se vendían en pequeños cofres de madera de talla egipcia,
acompañados con conchas para mezclar, espátulas, lápices, pinceles o
bastoncillos para aplicar el maquillaje.
Para
mantener la piel cuidada y hermosa, tanto del rostro como del resto del cuerpo,
las mujeres romanas utilizaban por la
noche una mascarilla, que al día siguiente se retiraban con leche; exfoliaban
su cuerpo embadurnándose en aceite de
oliva y aplicaban después sosa natural
(carbonato cálcico) o piedra pómez, lo que les dejaba la piel suave y sin impurezas.
Finalmente se aclaraban con agua corriente o con aceites aromatizados a base de
distintas esencias naturales como la azucena, el azafrán, las violetas, las
rosas o el jazmín.
Las mujeres
romanas para blanquear el rostro, utilizaban
una mezcla a base de yeso, harina de habas, sulfato de calcio y
albayalde, aunque el resultado final era más bien el de oscurecer la piel.
Para aclarar el rostro también se empleaba una base de maquillaje elaborada con vinagre, miel y aceite de oliva, así como las raíces secas del melón aplicadas como una cataplasma y los excrementos de cocodrilo.
Para aclarar el rostro también se empleaba una base de maquillaje elaborada con vinagre, miel y aceite de oliva, así como las raíces secas del melón aplicadas como una cataplasma y los excrementos de cocodrilo.
Otros ingredientes utilizados como blanqueadores fueron la cera de abeja, el aceite
de oliva, el agua de rosas, el aceite de almendra, el azafrán, el pepino, el
eneldo, las setas, las amapolas, la raíz del lirio y el huevo.
Con el mismo propósito, se decía que las mujeres ingerían cominos en gran cantidad. Para dotar a la piel de una mayor luminosidad se usaban los polvos de mica. También existían mascarillas faciales para anular el acné.
Con el mismo propósito, se decía que las mujeres ingerían cominos en gran cantidad. Para dotar a la piel de una mayor luminosidad se usaban los polvos de mica. También existían mascarillas faciales para anular el acné.
Maquillarse y cuidar la piel requería, pues, una buena dosis de tiempo y habilidad
No es extraño que el poeta Ovidio recomendara a las mujeres aplicarse los cosméticos a solas,
sin que las vieran sus amantes:
«¿A quién no apesta la grasa que nos envían de Atenas extraída de los vellones sucios de la oveja? Repruebo que en presencia de testigos uséis la médula del ciervo u os restreguéis los dientes: estas operaciones aumentan la belleza, pero son desagradables a la vista [...] ¿Por qué he de saber cuál es la causa de la blancura de vuestro rostro?».
«¿A quién no apesta la grasa que nos envían de Atenas extraída de los vellones sucios de la oveja? Repruebo que en presencia de testigos uséis la médula del ciervo u os restreguéis los dientes: estas operaciones aumentan la belleza, pero son desagradables a la vista [...] ¿Por qué he de saber cuál es la causa de la blancura de vuestro rostro?».
También
les gustaba resaltar sus pómulos coloreándolos en tonos rojos muy vivos, como
símbolo de buena salud. Para ello se aplicaban tierras rojas, alheña o cinabrio,
aunque había alternativas más económicas, como el jugo de mora o los posos de
vino.
Por otro lado, el carmín de labios, también en tonos rojos muy vivos se
lograba con el ocre procedente de líquenes o de moluscos. Se usaba para los
labios el cinabrio o bermellón (sulfuro de mercurio y azufre) que era muy
popular en la Hispania romana gracias a las minas de Almadén (Ciudad Real) y
que debido a la tonalidad resultante anaranjada era un socorrido labial, con
frutas podridas e incluso con minio ( óxido de plomo de color anaranjado o
rojo, el nombre en latín "minium"
viene del Río Miño, donde fue extraído por primera vez).
Según Propercio, estaba muy difundida la moda de que las mujeres se marcasen las venas de las sienes en azul.
Según el
ideal de belleza romana, la mujer debía poseer grandes ojos y largas pestañas.
Mediante un pequeño instrumento redondeado de marfil, vidrio, hueso o madera,
que previamente se sumergía en aceite o en agua, se aplicaba el perfilador de
ojos, que se obtenía con la galena, con el hollín o con el polvo de antimonio.
Para la sombra de ojos, generalmente negra o azul, eran imprescindibles la
ceniza y la zurita.
Las cejas
se perfilaba sin alargarlas y se retocaba con pinzas. En este sentido existía
una preferencia por las cejas unidas sobre la nariz, efecto que se lograba
aplicando una mezcla de huevos de hormiga machacados con moscas secas, una
mezcla que se usaba como máscara para las pestañas.
Tradicionalmente los espejos se fabricaban en metal (ya fuera de bronce, cobre, plata u oro) y tenían mangos finamente trabajados, tanto en metal como en hueso o marfil.
En cuanto al pelo, el color rubio causaba sensación entre ambos sexos y para conseguirlo se aplicaban polvo de oro, cal de henna y agua marina, extractos de manzanilla y yema de huevo y una exposición continua al sol. Durante el Imperio se puso de moda el uso de pelucas que aumentaran el volumen y obtuvieran el color deseado, realizadas por las Capillamentum, con pelo de esclavas nórdicas (según Suetonio.)
Existían unas esclavas, muy valoradas, denominadas Ornatrices, que estaban especializadas en belleza, solían realizar un peinado cada día a la mater familias, aunque también la acicalaban, depilaban y las maquillaban.
Para la depilación en la Roma imperial, las damas de alta alcurnia tenían a su servicio un esclavo especializado en esas técnicas: El Alipilarius. los Cosmetriae, que tenían a su cargo el servicio de tocador, éstos estaban considerados como auténticos profesionales y su formación corría a cargo de maestros.
A los romanos les gustaba mucho los dientes blancos, para conseguirlos utilizaban distintos métodos cómo hacer gárgaras con vinagre o utilizar piedra pómez en polvo.
Se utiliza otro método menos ortodoxo, importada de los celtíberos, como el uso de orines ( los de mejor calidad y más cotizados eran los Hispanos, en concreto los Lusitanos) , además también eran utilizados para blanquear la ropa. (Plinio el Viejo)
El Aliento fresco era muy apreciado hombres y mujeres por igual solían masticar una mezcla de polvo de piedra pómez y bicarbonato de sodio para contrarrestar los malos olores.
Popea Sabina ,esposa de Nerón, en todos sus viajes se hacía seguir por un rebaño de trescientas burras, que cada mañana eran ordeñadas y así podía llenar su bañera de plata para su hidratante baño matutino.
Las tiendas especializadas en la venta de cosméticos recibían el nombre del vendedor, una de las más conocidas fue la de Pigmentarius.
Para perfumar a su señora, una esclava se llenaba de perfume la boca y lo pulverizaba sobre su ama.
El sudor de los gladiadores se consideraba un poderoso afrodisíaco además de un tratamiento de belleza para mejorar la piel, y se vendía como souvenir en puestos situados en el exterior del circo.
Fuentes :
La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio. J. Carcopino.
La vida en la antigua Roma; Harold W. Johnston.
Vida cotidiana en la Roma de los Césares: Amparo Arroyo de la Fuente
Fotos : Pinterest
Fotos : Pinterest
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