Teatro de calle en la antigüedad
Teatro de calle
Durante
el día las calles de Roma se llenaban de bullicio, comerciantes roncos por
vociferar sus mercancías, algarabía de niños jugando, personas paseando,
comerciantes de esclavos pujando, viajeros cansados y sudorosos, maestros de
escuela intentando adoctrinar a sus alumnos, un encantador de serpientes,
mendigos, prostitutas y por supuesto músicos, danzarines, cómicos y
malabaristas.
Entre
ellos destacan:
Los circulatores: charlatanes o trotacalles, con
sentido peyorativo referido a las mujeres
Los praestigiatores ladrones de guante blanco
Los grallatores que andan sobre zancos
Los funambuli,
petauristae, o schoenobates
que andan o bailan sobre una cuerda
Los staticuli Hacían una representación parecida a
la de los mimos de nuestros días Con los pies fijos en el suelo, hacían aspavientos
con los brazos, e interpelaban a los paseantes o los insultaban.
Los divini o echadores de la buena ventura.
Los aretalogi o mimos que contaban historias
extraordinarias. Juvenal califica a uno de estos como mendax aretologus (mentiroso contador de historias)
Catón,
tenía poco aprecio a estos profesionales de baja estofa, a los que consideraba crassatores spatiatores vagos
ambulantes.
Las
compañías de teatro se denominaban greges (rebaños) o catervae (banda). Iban de pueblo en pueblo haciendo sus funciones
de música, danza y mimo, a veces acompañadas solamente por el sonido de una
flauta y un mono.
A los mimos y pantomimos se les clasifica de bailarines. La pieza de teatro era de corta duración, procaz, desvergonzada, descarada o atrevida, en especial en el aspecto sexual, o muda, se representaban sobre un tablado levantado rápidamente o sobre un carro.
La mala fama precedía a estas gentes desde muy antiguo, la ley de las XII Tablas consideraba a los cómicos ambulantes indignos de servir en el ejército y de votar en las asambleas populares.
Según
Cornelio Nepote, el actor tenía una
profesión que consistía en subir a la escena y dar al pueblo un espectáculo vil
y difamatorio, indigno de un hombre de bien.
El
poeta Horacio mete en el mismo saco y considera como mendigos despreciables a curanderos, mendigos, mimas y pícaros.
Es
cierto que los actores y actrices tenían mala fama, y posiblemente ellos y
ellas no se ocuparon de desmentirla.
Estos
actores alegraron con los juegos de sus cuerpos y palabras a las gentes sencillas,
despertándoles risas nerviosas al ver reflejadas su vida, anhelos y miseria.
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