Príapo, un dios cuya virtud y maldición era tener un pene descomunal siempre erecto.
“Me
preguntas por qué llevo mis partes sin cubrir; date cuenta de que ningún dios
oculta nunca sus armas”
Según
la mitología griega, Príapo era hijo de Dionisio, dios del vino y
el éxtasis, y de Afrodita, diosa de
la belleza, el amor y el deseo.
Así
nació el dios campestre Priapo símbolo de la fuerza fecundadora de la
naturaleza y la fertilidad, tanto de la vegetación como de todos los animales
relacionados con la vida agrícola, y un personaje puramente fálico. Era
adorado como protector de los rebaños de cabras y ovejas, de las abejas, del
vino, de los productos de la huerta e incluso de la pesca.
La
figura de Príapo era empleada como talismán para repeler el mal de ojo y de los saqueadores. En la antigua Roma solía erigirse una
estatua en honor a Príapo portando fruta entre sus ropas y una hoz en
una de sus manos, mientras su hinchada y descomunal verga permanecía en
una posición erguida, cuya función principal era la de atraer la buena fortuna en
las cosechas.
Su
aspecto solía ser el de un hombre
maduro, o de mayor edad larga, barba y cabello, resaltando su salvaje vigor sexual.
La poesía priápica
El origen remoto de estos poemas se pierde en la lejanía, pero no es difícil adivinar que se encontraba en breves inscripciones de las estatuas erigidas en honor de Príapo en las paredes de sus templetes. Solo nos han llegado testimonios literarios, griegos y latinos.
¿Por
qué tengo al descubierto mis partes obscenas, quieres saber? Pues averigua por
qué ningún dios oculta sus armas. El señor del mundo, rey del rayo, lo muestra
abiertamente y no tiene el dios marino oculto su tridente. Ni Marte esconde la espada, a la que debe su vaIia, ni Palas, intrépida, disimula la lanza en
los pliegues de la ropa.
¿Siente acaso vergüenza Febo de llevar en bandolera sus áureas flechas? ¿Es que Diana lleva a escondidas su carcaj?
¿Tapa el Alcida el astil de su
nudosa maza? ¿Guarda el dios alado bajo su túnica el caduceo? ¿Quién ha visto a
Baco cubrir con sus ropas el ligero
tirso o a ti, Amor, con la antorcha oculta? No sea, pues, un delito para mí
tener la verga siempre al descubierto: si me faltase esa arma, quedaría inerme.
El
rey del rayo es Júpiter. De Neptuno el arma es el tridente.
Poderoso gracias a su espada es Marte.
La lanza, Minerva, es tu atributo.
Con el tirso emparrado, Baco entabla
el combate. La mano de Apolo lanza
las flecha, como todo el mundo sabe. Arma la pica la invicta diestra de Hércules: más a mí un carajo erecto me hace terrorífico.
Por
la belleza, Mercurio puede agradar,
por su belleza llama la atención Apolo,
hermoso también se representa a Baco.
Aunque el más hermoso de todos es Cupido.
Por mi parte, confieso carecer de belleza y, sin embargo, mi carajo, ¡qué bien
está! Si alguna muchacha hay de coño sensible, antepondrá este a todos aquellos
dioses.
La
comparación con los grandes dioses se daba
mucho, de manera variada.
Mejor suerte corrió Tideo, quien, si en algo te fías de Hornero, era de carácter fiero, más de cuerpo pequeño. Pero me perjudica la novedad y el pudor que una y mil veces debo rechazar. Pero mientras hay vida hay esperanza. Tú, rústico guardián, ven aquí y ayuda mis fuerzas, rijoso Príapo.
¿Por qué miráis, más que putas, con ojos aviesos? Es verdad que en mi ingle no se yergue ahora enhiesto el espolón. Sin embargo, este, que ahora veis sin vida e inútil leño, útil sería, si le dierais vuestro cobijo.
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