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El asesinato de Julio César




Por Esperanza Varo (autor invitado) 


Cuando me acerqué al cuadro “Los Idus de marzo” de Edward John Poynte en la Manchester Art Gallery, no pude dejar de emocionarme. En él se ve a Calpurnia, la esposa de César, implorándole que no fuera al Senado, donde sería asesinado. Es una vista desde el interior de una elaborada casa romana, con un piso muy pulido y columnas de mármol. Dos figuras se paran en el centro de la imagen, de espaldas al espectador. A la derecha está César, que mira a su esposa. Ella mira a su esposo, su rostro se ilumina en contraste con el de César, que está en la sombra. Hace un gesto con la mano derecha hacia un cometa que ha cruzado el cielo y se está perdiendo de vista y que no muestra buenos augurios para él.

Un día de primavera de hace 2066 años, en Roma se cometió un crimen. La víctima fue Julio César, el hombre más poderoso de su tiempo. Se le acusó de ambicionar la monarquía, de despreciar al Senado y a los tribunos; de aspirar, en definitiva, al poder absoluto. 

En este artículo quiero hablar de esta figura tan conocida y desconocida al mismo tiempo y de los motivos que existieron para su asesinato.


JULIO CÉSAR




La historia de Julio César posee un intenso dramatismo que ha fascinado a generación tras generación. César fue uno de los generales más capaces de todos los tiempos y dejó relatos de sus propias campañas con una gran calidad. Al mismo tiempo, fue un político y hombre de Estado que, más adelante, asumió el cargo supremo de la República romana y se convirtió en un monarca, aunque nunca llegó a adoptar el apelativo de rey.
En la sociedad en la que vivió, la modestia no era una virtud. Fue un hombre de elevada ambición y una no menos elevada opinión de sí mismo; confiaba en su inteligencia, versatilidad y eficacia. No le faltaban ni valor ni arrojo, y su ansia por ascender no conocía límites.
A los cincuenta y seis años, César se había convertido en el más poderoso de Roma. Su victoria en una cruenta guerra civil había puesto en sus manos todo el poder de la República, y eso era algo que la élite romana no iba a tolerar.

César había hecho aprobar una serie de leyes que hicieron avanzar al país bajo cualquier punto de vista; desde los subsidios al cereal hasta el calendario, desde el campo hasta las nuevas colonias en el extranjero.

- La plebe había recibido gratificaciones, entretenimiento y condonación de las deudas, pero no tanto como para perjudicar a los más acaudalados.
- A sus partidarios en las provincias les había concedido la ciudadanía romana y a los principales équites (caballeros) les había abierto las puertas de los altos cargos y los puestos en el Senado, que ascendieron de 600 a 900. Algunos de sus nuevos senadores procedían de la Galia Italiana, e incluso puede que de la Galia trasalpina.
- A los antiguos partidarios de Pompeyo les concedió el perdón, y también el ascenso.
-Con su gran fortuna compró nuevos amigos, incluidos algunos senadores, a los que otorgó préstamos a un interés muy bajo, o nulo, y libertos, e incluso esclavos con ascendiente sobre sus propietarios. 

-También repartió tierras entre sus veteranos y grano entre los necesitados de la ciudad, aunque en este caso con una artimaña, porque redujo el número de los que recibían el subsidio para adquirir cereales, y esbozó un plan para trasladar masivamente a la población empobrecida a las nuevas colonias en el extranjero. 

-Auxilió a los deudores, decretando que se evaluase el precio de la tierra según los índices anteriores a la Guerra Civil, pero se negó a perdonar las deudas por completo, tranquilizando a los prestamistas.

- Fomentó la inmigración de médicos y profesores hacia Roma.

- El mandato de los gobernadores provinciales se limitó a dos años, evitando así que se sirviesen de la provincia como trampolín hacia el poder supremo, como había hecho él mismo con la Galia.

- Incrementó el número de altos funcionarios, atajando la presión que causaban los asuntos públicos y repartiendo empleos entre sus amigos.
- Modificó el calendario. El que regía en Roma era el lunar, basado en un año de unos 354 días, que no estaba sincronizado con las estaciones; el nuevo sistema marcó una época. El calendario solar de 365 días, con un año bisiesto se utiliza todavía hoy en casi todo el mundo (con algunos ajustes introducidos en el 1700 d. C.). El nuevo cómputo comenzó el 1 de enero del 45 a. C.

Gracias a Shakespeare, la muerte de Julio César es el asesinato más famoso de la historia. Pero lo que sucedió realmente en los Idus de Marzo del 44 a. C., es aún más fascinante que la recreación del dramaturgo inglés.

Como afirma el autor, Barry Strauss, el atentado contra Julio César fue una operación cuidadosamente planeada. Un complot de mandatarios concebido por oficiales descontentos y diseñado con precisión. Incluso había gladiadores preparados para proteger a los asesinos de la venganza de los amigos de César. Bruto y Casio fueron elementos clave, como sostiene Shakespeare, pero contaron con la ayuda de un tercer hombre, Décimo, un topo del entorno de César, uno de los principales generales y amigo de toda la vida del dictador. Fue él, y no Bruto, quien le traicionó de verdad.
Los conspiradores consideraban a César un tirano que deseaba ser rey. Amenazaba con un cambio en el modo de vida romano y con disminuir el poder de los senadores. 
La República, sagrada para tantos contemporáneos, provocaba su desdén. En resumen, César quería poder. El Senado ya le había nombrado en el 46 a. C. dictador por diez años, y ostentaba muchos otros honores. Resulta imposible conjeturar qué tenía en mente para el futuro; nunca lo expresó con claridad, y puede que sus planes aún no estuviesen definidos. Sin embargo, algo es evidente; su visión del futuro de Roma era incompatible con el pasado republicano. Podía sobrevivir César, o podía sobrevivir la República, pero no los dos.

LA REPÚBLICA



El periodo republicano se extiende desde la expulsión de los reyes hasta el 27 a.C. año en que se instauró oficialmente el imperio. Durante la República los ciudadanos romanos, reunidos en asambleas, decidían sobre las leyes y elegían a los magistrados, que eran los encargados de gobernar. Se formaron tres instituciones principales: los Comicios, las Magistraturas y el Senado. 

Al principio, la República era un sistema oligárquico en el que las magistraturas estaban reservadas para los patricios; esto dio lugar a una serie de conflictos sociales que acabaron en cambios políticos que desembocaron en una nueva nobilitas formada por patricios y plebeyos enriquecidos, la situación de los plebeyos más pobres no mejoró y este contraste entre las condiciones de los ricos y los pobres daría lugar al enfrentamiento de los partidos aristocrático y popular.




Durante el periodo republicano Roma ejerció una política expansionista; enfrentándose a volscos, etruscos, ecuos y conquistando la península Itálica. Pero los conflictos bélicos que marcaron esta etapa de la historia romana fueron las tres guerras Púnicas que enfrentaron a Roma con la otra gran potencia del Mediterráneo: Cartago. Una vez conseguida la victoria definitiva con la destrucción de Cartago (146 a.C.), Roma dominaba el Mediterráneo desde Siria hasta Hispania.

Sin embargo, las conquistas afectaron al equilibrio de la República; fue una época de gran inestabilidad social y de luchas constantes. El primer triunvirato formado por César, Pompeyo y Craso intentó poner fin a estos enfrentamientos pero, tras la muerte de Craso, Pompeyo y César se enzarzaron en una nueva guerra civil que acabó con el triunfo de este último.


AMIGOS Y ENEMIGOS DE JULIO CÉSAR


DECIMO

Era un amigo íntimo de César. Con más de una década de servicio a César, Décimo regresó a casa siendo rico, heroico y en pleno auge. Estaba a punto de tomar posesión como praetor (alto magistrado) en Roma, César le había designado gobernador de la Galia Italiana (básicamente, el norte de Italia) en el 44 a. C., y cónsul en el 42 a. C. En resumen, Décimo iba camino de recuperar el prestigio para su familia. Pero había un obstáculo; su padre y su abuelo habían sido elegidos por el pueblo de Roma, y comandados por el Senado. Todo lo que había obtenido Décimo había sido por designio de César, y esa situación casaba mal con el ansiado ideal de todo noble romano, la dignitas. Para Décimo la cuestión a partir de entonces sería si sentirse satisfecho con permanecer a la sombra de César o insistir en hacerse un nombre por su propia cuenta.


MARCO ANTONIO



También como Décimo, ocupó un cargo electo en Roma, en el 50 a. C. Siendo uno de los diez tribunos del pueblo, elegidos anualmente para defender los intereses del ciudadano ordinario.
Al incorporarse al séquito de César, Antonio obtuvo el favor del dictador. Erguido junto a César mientras entraban en Mediolanum (Milán), disfrutando de la aclamación popular, pudo imaginarse un futuro glorioso. Sin embargo, el camino que se le abría por delante no carecía de obstáculos.

OCTAVIO



El tercer hombre en el séquito de César era Octavio. Había nacido más de veinte años después que Antonio o Décimo, y proyectaba una autoridad que aún sobrepasaba esta diferencia.
A diferencia de Octavio, ni Antonio ni Décimo habían estado con César en Hispania, pero también era cierto que había llegado demasiado tarde para luchar, porque una enfermedad severa le había obligado a viajar postrado; nunca gozó de buena salud. Una vez restablecido se unió con los suyos a César en Hispania, después de un naufragio y un arriesgado trayecto por territorio hostil, lo que le granjeó la admiración del dictador, que se vería incrementada durante el tiempo que pasó junto a este joven inteligente y con talento.
Los cuatro hombres que entraron en cuadriga a Mediolanum no estaban unidos; tres de ellos anhelaban el favor de César, pero solo uno sería el elegido. 

BRUTO 

Era hijo de Servilia, la amante de  Julio César.​ Algunas fuentes hablan de la posibilidad de que César fuera su verdadero padre, ​aunque en realidad se trataba de un rumor sin fundamento, ya que César tenía quince años cuando nació Bruto y la relación con su madre empezó más de diez años después.

Desde su aparición en el Senado, se alineó con la facción conservadora (optimates) en contra del primer triunvirato de Craso, Pompeyo y Julio César. Pompeyo había asesinado al padre de Bruto en el año 77 a. C.

Cuando estalló la guerra civil en 49 a. C. entre Pompeyo y César, Bruto se alineó junto con su antiguo enemigo y líder de los optimates, Pompeyo. Después de la batalla de Farsalia, Bruto escribió a César pidiendo clemencia y este le perdonó inmediatamente. César le aceptó entre sus seguidores más cercanos y le hizo gobernador de la Galia cuando fue a África persiguiendo a Catón y a Metelo Escipión. Al año siguiente, 45 a. C., César le designó para al cargo de pretor.


OPTIMATES Y POPULARES

Roma carecía de partidos, pero los políticos solían dividirse en dos grupos. La alternativa a los optimates eran los populares, o partidarios de la plebe. Ambos bandos estaban dirigidos por las élites, que trataban de obtener el voto ordinario, generalmente a cambio de determinadas prestaciones.

Los optimates representaban los privilegios heredados; asumían que una minúscula casta de entre la nobleza romana debía gobernar el imperio tal y como había hecho durante siglos en la ciudad de Roma. Según su visión, solo unos pocos hombres poseían la cuna, la educación, la riqueza y la virtud necesarias para mantener la grandeza y libertad de Roma. No tenían ningún interés en compartir sus privilegios, ni siquiera con las clases altas de Italia o del imperio, y mucho menos con las masas.

Los populistas abogaban por el cambio, y lideraban a los pobres, los que no disponían de tierras, los extranjeros, los que no eran ciudadanos, los nobles acuciados por las deudas, y todos aquellos en Italia que eran ricos pero no nobles –grupo conocido como caballeros romanos o équites–, y que trataban de acceder al Senado. 

César no formó parte de los optimates: casi ocurrió lo contrario, porque fue el mayor partidario de la plebe de Roma, y consiguió aunar una nueva coalición, que se hizo con el poder sustentada en el consentimiento popular y las espadas legionarias. Los romanos denominaban República a su sistema y, para los optimates, la pregunta era si lo seguiría siendo cuando llegase César.

CICERÓN

Si la República tenía una voz en el año 45 a. C., esta era la de Cicerón. Pero era una voz silenciada porque pocos se atrevían a oponerse a César en público. Antiguo cónsul y líder de los optimates, en el 49 a. C. apoyó a Pompeyo en la Guerra Civil, pero selló la paz más tarde con César. A los sesenta años se había retirado de la vida política y se había entregado por entero a la filosofía.
Cicerón no confiaba en César, y en privado le tildaba de rey. Para Cicerón resultaba fácil mostrarse escéptico con César cuando estaba a cientos de kilómetros, pero hacerlo mientras estaba sentado en la misma habitación que él era muy difícil. Cicerón lo sabía, y mientras le menospreciaba en privado, le alababa en público. César era uno de los mejores oradores de Roma, y además resultaba encantador.

SERVILIA


Fue una de las mujeres más poderosas de Roma. De gran talento, era la atractiva y ambiciosa descendiente de un destacado clan patricio. Nada le importó más que la suerte de su hijo Bruto. Las mujeres en Roma se casaban muy jóvenes, y ella había dado a luz a su hijo siendo adolescente. Apenas cumplidos los veinte años, al morir su marido, volvió a casarse con un político destacado que nunca se ganó su corazón. Con una gran habilidad para atraer a hombres poderosos, se reservó para sí al más poderoso de todos: César. Como afirma un escritor: «Por encima de todas las demás mujeres, César amó a Servilia, la madre de Marco Bruto.»
Servilia, además de confidente de César, fue su agente en algunas negociaciones políticas delicadas, y sus ojos y oídos cuando estaba fuera de Roma. 

CATÓN 

Brillante, elocuente, ambicioso, patriótico y extravagante, Catón fue sobre todo original. Era un elitista que miraba por la plebe, pero que también defendió la libertad de expresión, los procedimientos constitucionales, el deber y el servicio civiles, la administración honesta y la búsqueda ilustrada del interés público. Como César, impresionó a sus contemporáneos por su persuasión e ideales. A diferencia de César, también lo hizo por su austeridad. Catón, seguidor de los estoicos, despreció el lujo mientras viajaba a pie, en lugar de hacerlo en las literas que solían emplear los de su misma clase. Creía en una república severa, virtuosa y libre, en la que los mandatarios buscarían la guía del Senado, lugar abierto al debate entre los más nobles, sabios y experimentados hombres de Roma.


CLEOPATRA



Cleopatra César conoció a Cleopatra en el 48 a. C. César no consideraba necesario al rey de Egipto, que además le había privado de la rendición de Pompeyo, y además se negaba a sufragar los gastos de sus tropas. Sin embargo encontró una aliada en su hermana, Cleopatra, que se ofreció amablemente a pagarles, a cambio de recabar el apoyo del romano en sus aspiraciones al trono. Era joven; 21 años, por los 52 de César. Un mes después de conocerse, estaba embarazada. En la primavera del año 47 a. C., tras una enconada lucha en Alejandría y el delta del Nilo, César dominaba Egipto y Cleopatra era su amante, o al menos así lo cuenta la leyenda. Sin embargo, eran dos políticos poderosos, y no dos locos enamorados. 

En el verano del 47 a. C., tras la marcha de César de Egipto, Cleopatra tuvo un hijo, al que llamó Ptolomeo XV César, conocido como «Cesarión», o «pequeño César». Afirmó que era hijo del dictador. Pero César si aceptó que el niño era suyo, jamás pensó en hacer de un medio egipcio, nacido fuera del matrimonio, su heredero en Roma. Al abandonar Alejandría en el 47 a. C., César no se olvidó de Cleopatra. Al año siguiente, ya en Roma, hizo erigir una estatua bañada en oro de la reina en el nuevo foro, que fue como una bofetada en la cara de los tradicionalistas romanos. César había dejado de preocuparse por ellos; sabía que casi todo el Senado y la mayoría de los anteriores cónsules –denominados consulares– se le habían opuesto en la Guerra Civil. A estas alturas solo le importaban unos pocos leales de su confianza, sus aliados de entre las nuevas élites en Italia y las provincias, la plebe urbana y, por encima de todos, el ejército. 


TESTAMENTO DE JULIO CÉSAR

En su villa de Labici César modificó su testamento en los Idus de septiembre, el 13 de ese mes del año 45 a. C. La clave fundamental del documento residía en que, tras su muerte, Gaius Octavius –Octavio– sería adoptado y recibiría su nombre, César, heredando además tres cuartas partes de su fortuna. Como demostrarían los acontecimientos posteriores, el joven Octavio era brillante, astuto, ambicioso, audaz y de una crueldad absoluta, cualidades todas propias de un hombre a ojos de César. Octavio era capaz también de desplegar su encanto impresionando a César, que tal vez cayó bajo su influjo. 

Puede que después de Hispania la cuestión de la descendencia empezase a rondar al dictador; César no tenía ningún hijo, excepto tal vez el ilegítimo habido con Cleopatra, Cesarión, por lo que adoptar a Octavio era una posible solución, aunque complicada desde el punto de vista legal y político. En Roma la adopción de un adulto era una práctica habitual, pero no mediante testamento. No era necesario que Octavio aceptase, y de hecho César dejó abierta la posibilidad de que se negase, nombrando herederos alternativos.

SE NECESITAN ASESINOS 




En el complot contra el dictador estuvieron involucradas entre 60 y 80 personas, pero el cerebro de la conjura fue Casio, el pompeyano reinsertado. Tal vez Casio se acogió a su perdón para aguardar la oportunidad de liquidarlo. Los conspiradores pertenecían al reducido número de familias que controlaban el Estado y que consideraban la hegemonía de César apropiación intolerable. Lo mataron en nombre de la libertad, pero el pueblo no deseaba una libertad que sólo disfrutaban los que ostentaban el poder. César se apoyó en la plebe urbana para alcanzar el poder y por ello tenía el respaldo del pueblo.


Bruto, Casio y Décimo empezaron a movilizar a sus seguidores; ya habían decidido cómo matar a César, dónde y cuándo, pero antes de hacerlo necesitaban un equipo. Debían moverse rápido, pero con precaución. A pesar de que el dictador había nombrado a muchos, si no a la mayoría, de los 800 o 900 senadores, unos pocos habían perdido su fe en aquel que parecía querer ser rey. Aun así eran escasos los que estaban dispuestos a cometer un asesinato, incluso si era por el bien de la República, poniendo en riesgo sus propias vidas. 


Ochenta años más tarde, el pensador y estadista Séneca afirmó que en la conjura estuvieron presentes más amigos que enemigos de César. Según Nicolás de Damasco, entre los amigos de César que conspiraron contra él, se encontraban civiles, funcionarios y soldados, y admite que en algunos de esos casos lo hicieron alarmados al ver cómo el poder de la República acababa en manos de un solo hombre.

También les impulsó la prestancia de sus cabecillas, especialmente los de la familia de Bruto. En cuanto a los políticos, fueron varios los que deseaban en el fondo reemplazar a César como máximo dirigente en Roma. Y además influyó la conocida política de César de perdonar o disculpar a sus oponentes en la Guerra Civil, que le hizo ganarse la gratitud de algunos y la ira de otros. Para Nicolás, esta actitud clemente fue una de las principales afrentas para los conspiradores.

«¡Tanto talento, tanta suerte, tanto poder en un solo hombre!» Puede que los celos, por sí mismos, no fuesen suficientes para dar a luz a la conspiración, pero sí que envalentonarían a sus promotores. Nicolás, entre los diversos motivos de los conjurados, no incluye uno derivado del egoísmo: el temor ante el ascenso de Octavio, No se sabe en qué orden fueron reclutados el resto de asesinos; cabe pensar que Cayo Trebonio, largo tiempo lugarteniente de César, fuese uno de los primeros conversos.

También se unieron a la conspiración los dos hermanos Servilio Casca, Publio y Cayo. Ambos eran senadores, pero del segundo apenas se conoce nada. Publio había sido elegido tribuno de la plebe para el año 43 a. C., lo que significa que contaba con el respaldo de César.

A la conspiración se incorporaron a su vez dos de los comandantes de César que menos éxito habían tenido en la Galia; Servio Sulpicio Galba y Minucio Basilio, ambos con buenas razones para sentirse agraviados. César, en sus Comentarios, explica cómo la falta de habilidad militar de Galba en la Galia oriental (actual Suiza) estuvo a punto de costarle la vida a su legión en el invierno del 57 a. C. Evidentemente, Galba lo veía de otro modo. Existía también una disputa acerca de una vieja deuda, que César insistía en que Galba debía saldar. 

Nos ha llegado el nombre de veinte conspiradores. No se ha hallado una antigua lista exhaustiva, porque no existió, y los nombres se han compilado recurriendo a diversas fuentes, aunque no cabe esperar que aparezcan todos. De hecho, los autores suman en total más de 60. De forma no menos importante, cuantos más se unieran a la conspiración, más respaldo tendría después su versión de cara a la opinión pública. 


EL ÚLTIMO ALIENTO DEL CÉSAR


Hacia el mediodía del 15 de marzo del 44 a.C., Julio César entró en el Senado con un aspecto sorprendentemente vivaz después de una mala noche. Cuando Julio César entró en la sala, cientos de senadores se pusieron en pie. Antes de que César pudiese alcanzar su asiento dorado, un senador llamado Cimbro se le acercó para rogarle el perdón para su hermano. Cimbro sabía que no se lo concedería, pero de eso se trataba. Cimbro no cejó de rogarle y César de rechazarlo, y otros sesenta senadores tuvieron entonces la oportunidad de aproximarse, como para ofrecerle su apoyo.

César estaba sentado en medio de todos ellos cada vez más irritado. Intentó cortar la discusión, pero Cimbro posó sus manos sobre los hombros de César como si fuera a suplicarle, y entonces tiró de su toga púrpura, dejando su cuello al descubierto. «¿Por qué esta violencia?», dijo César. Al momento, un senador llamado Casca le golpeó con su daga, rasgándole la nuca. «Maldito Casca, ¿qué es lo que haces?», gritó César, más confundido que airado. A medida que la cuadrilla de «solicitantes» se acercaba, cada hombre le tiraba de la toga, dejando a la vista un poco de piel, y abría la bolsa de cuero del cinturón donde solía llevarse un estilo.

Pero en lugar de sesenta punzones para escribir aparecieron sesenta dagas de hierro. César por fin comprendió lo que pasaba. César al principio se defendió, pero tras las primeras puñaladas el suelo de mármol en el que apoyaba sus sandalias se tornó resbaladizo con la sangre. No tardó en enredarse con su toga y, tras caer, los asesinos se abalanzaron sobre él y le propinaron hasta veintitrés puñaladas. Al examinar su cuerpo más tarde, el médico de César determinó que veintidós de las heridas eran superficiales y no hubiera muerto de no haber sido por una de las puñaladas, directa al corazón. Según la mayoría de las crónicas, César se cubrió con su toga antes de caer y murió sin proferir ni un gemido. 


SU LEGADO



César murió hace tanto tiempo que poco queda ya del edificio en el que murió, y aún menos de su propio cuerpo, que fue incinerado. Más tarde, su hijo adoptivo Cayo Julio César Octavio, se convirtió en el primer emperador de Roma. El linaje familiar se extinguió con Nerón en el año 68 d.C., pero todos los emperadores posteriores siguieron adoptando el nombre de César aunque no hubiera ningún vínculo de sangre o adopción. Lo que había sido sencillamente el nombre de una familia aristocrática llegó a convertirse en un título que simbolizaba poder supremo y legítimo.

En el plano político tuvo un enorme impacto en la historia de Roma y desempeñó un papel clave en la erradicación del sistema de gobierno republicano, que había perdurado cuatro siglos y medio. 

Por mucha que fuera su fama y pese al hecho de que vivió en las décadas probablemente mejor documentadas de la historia romana, sigue habiendo muchas cosas que no sabemos de César. La mayor parte de las pruebas en las que nos basamos han estado ahí durante bastante tiempo.
Las excavaciones arqueológicas siguen revelando información sobre el mundo en el que vivía. También confiamos en las en las fuentes literaria en latín y griego que han sobrevivido desde la Antigüedad hasta nuestros días; los propios Comentarios” de César sobres sus campañas en la Galia y los primeros dos años de la guerra civil.
A eso se unen otros cuatro libros escritos tras su muerte por sus oficiales que cubren el resto de operaciones. Además contamos con las cartas, los discursos y las obras teóricas de Cicerón que no facilitan infinidad de pormenores sobres este período. Sin embargo sólo una mínima parte de la literatura de la Antigüedad se ha conservado hasta hoy.
La mayoría del resto de las fuentes son de época muy posterior. Tito Livio escribió durante el reinado de Augusto y, por esa razón, algunos hechos habían permanecido vivos en la memoria, pero los libros que cubren este período se han perdido y sólo disponemos de breves resúmenes. Veleyo Paterculo escribió un poco más tarde y hay algún material útil en su escasa narrativa de ese período.

Gran parte de las fuentes sobre César en las que nos basamos no fueron escritas hasta principios del  segundo siglo después de Cristo, más de ciento cincuenta años después del fallecimiento del dictador. El escritor griego Apiano redactó una monumental  historia de Roma, de la cual dos libros están dedicados a las guerras civiles y a los disturbios acaecidos entre los años 133 y 44 a.C.

Plutarco también era griego, pero sus obras más relevantes fueron “Vidas paralelas”, biografías que presentaban la vida de una pareja compuesta por una famosa figura griega y otra  una romana. César fue emparejado con Alejandro Magno como los dos generales de más éxito de todos los tiempos.

Suetonio era un romano que escribió biografías de los doce primeros emperadores, comenzando con César. 

Dión Casio era de origen griego, pero era asimismo ciudadano romano y un senador activo en la vida pública a principios del siglo III d.C. De su puño nos llega la narrativa continuada más detallada del período. 
Todos estos escritores tenían acceso a fuentes, muchas de ellas contemporáneas de César y entre las que se contaban algunas de sus obras perdidas. 
   
¿QUÉ OCURRIÓ DESPUÉS DEL ASESINATO?     

Tras el asesinato, se demostró que la ciudad de Roma  estaba contra los conspiradores, ya que la mayor parte de la población amaba a César. Marco Antonio, lugarteniente de César, decidió aprovecharse de la situación y el 20 de marzo habló airadamente de los asesinos en el elogio fúnebre de César.
A partir de entonces Roma dejó de ver a los conspiradores como salvadores de la República y fueron acusados de traición. Bruto y sus compañeros huyeron a Oriente. En Atenas Bruto se dedicó a obtener fondos para financiar un ejército para la guerra que se aproximaba. Octaviano, sobrino nieto y heredero de César, y Marco Antonio marcharon con sus ejércitos contra Bruto y Casio. Después del primer encuentro, Casio fue derrotado y se suicidó.
Tras el segundo encuentro, ya vencido, Bruto huyó con los restos de su ejército. A punto de ser capturado, Bruto se suicidó.  Mientras que otros conspiradores actuaron por envidia y ambición, Bruto creyó que actuaba por el bien de Roma.

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Entusiasta de la historia, la música y la pintura responsable de blog: ESPERANZAVAROBLOG y escritora. Pertenece a Divulgadores de la historia y miembro colaborador de la revista digital DHistórica . Ha publicado las novelas Enyra: una histoira de amor y coraje, Ab Urbe condita 




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