LA VEJEZ EN LA ANTIGUA ROMA
Como proceso biológico, la
vejez es el resultado de un inevitable deterioro orgánico que comienza hacia
los 25 años y que en la ancianidad avanza de forma acelerada, provocando
desgaste musculo-esquelético, cardiovascular, endocrinológico y cerebral, al
tiempo que se alteran ciertas características físicas: pérdida de elasticidad
de la piel, tiempos de reacción más prolongados, menor agudeza visual, etc.
Todos los seres vivos
nacen, envejecen y mueren. Los seres humanos somos, sin embargo, los únicos que
dotan de significados particulares al proceso de envejecer, dividiendo el ciclo
vital en diversas etapas con características propias.
La última etapa del ciclo
vital, la más cercana a la muerte, la senectud, causa en el ser humano miedo,
rechazo e incertidumbre.
LA VEJEZ EN LA ANTIGUA ROMA
El Imperio romano estaba formado por una enorme mezcla humana
y cultural resultante de las conquistas que se suceden a partir del siglo II a.
C. y que da a la latinidad un carácter cosmopolita desconocido hasta entonces. El
mundo romano es el primer crisol de la historia, sobre todo durante el período
imperial: emperadores españoles, africanos o panonianos, rodeados de senadores
galos, de esclavos y libertos griegos, coincidían en el culto a las divinidades
egipcias y asiáticas.
Las posibilidades de
llegar a la vejez en Roma probablemente fuesen menores que en la actualidad.
Tim Parkin ha calculado que el 6-8% de la población romana alcanzaría la vejez,
lo que en época imperial arroja una cifra de 5-12 millones de senes y uetulae
(ancianos y ancianas).
-Existía un mayor número de ancianos entre los hombres que entre las mujeres. La razón principal son los partos. Los viejos de Roma andan faltos de mujeres de su edad; son escasas las parejas de ancianos que envejecen juntos. El anciano debe resignarse a un prudente y provechoso retiro solitario, si tiene medios para ello, o una nueva vida conyugal agitada con una esposa demasiado joven que le engañará con sus amantes. Una buena parte de la comedia latina se basa en este tema.
-Existe una desproporción de una región a otra, de manera que rebasan los sesenta años un 7,5% en la ciudad de Roma y un 38% en África. Lo que rebela una mayor mortalidad en las regiones muy urbanizadas y en las grandes ciudades que en el campo.
La
existencia de períodos prolongados de paz propiciaría que una mayor parte de
los varones romanos alcanzase la vejez. Es precisamente a partir de época
tardorrepublicana, cuando los escritores comienzan a hablar de las bondades de
la ancianidad, de la necesidad de vivir una buena vejez y de las cosas que son
buenas para los jóvenes y las que lo son para los viejos, diferenciando entre
dos masculinidades: la de la adultez, caracterizada por la fuerza física y el
vigor sexual, y la de la vejez, definida por la templanza y la sabiduría.
LA POTESTAS DEL PATER FAMILIAS:
El derecho romano concedía una autoridad muy particular a los
ancianos a través de la figura del pater
familias. El pater familias es el jefe absoluto. Al no estar él mismo
sometido a nadie, ejerce derechos desorbitados sobre los miembros de la
familia:
-la domenica potestas
sobres los esclavos
-el mancipiun sobre los
alieni juri agregados a la familia mediante mancipación
-patria potestas
sobre los niños
-el manus sobre la
esposa.
Su autoridad no tiene límites:
-puede reclamar por justicia a los alieni juris fugados
-puede vender a sus hijos en el extranjero como esclavos o en
Roma a otro pater
-puede echarlos de la familia.
-puede abandonar a los recién nacidos
Esta potestas sólo desaparece a la muerte del padre. Abarca a
la esposa, los hijos y los nietos. El padre representa totalmente a la familia.
Estos enormes poderes del jefe de la familia durante la
República explican el papel esencial de los ancianos en la sociedad.
Los conflictos generacionales, presentes en todas sociedad,
están aquí exacerbados por la situación que los hijos conservan hasta la muerte
de su padre. Está claro que esta suituación engendró verdaderos odios hacia los
ancianos que no acababan de morir. Finalmente, durante el Bajo Imperio, la
potestad paterna pierde su carácter público y se convierte en algo
exclusivamente familiar.
EL ANCIANO EN LA LITARATURA LATINA:
LA SÁTIRA SOCIAL
La escasez y el silencio de los documentos nos obligan a ir a
la literatura para ver cómo vive en anciano romano.
PLAUTO escribía comedias de estilo griego. Él nos habla de una tema muy del
agrado del público: del anciano detestable, tiránico y lascivo, ridiculizado y
engañado por los que le rodea.
«¿No crees que deberías
de dejar de hacer semejantes calaveradas, con la edad que tienes? Cada edad,
como cada estación, tiene sus ocupaciones adecuadas. Pues si se les permite a
los ancianos ir detrás de las muchachas en la última etapa de su vida ¿qués
será de la República?»
HORACIO es menos desagradable con los ancianos, sin llegar por ello a halagarlos.
Los considera avaros, timoratos y chochos.
De forma plástica y literaria en su Ars
poetica muestra una imagen fatalista de la vejez y considera que no es ni
una etapa dorada de la vida ni el momento culminante de felicidad personal.
Considera que la muerte es inevitable y ante ella no deben adoptarse actitudes
de resignación.
« El anciano está
expuestos a innumerables males; amontona su dinero y luego, ¡oh piedad!, lo
deja a un lado y no se atreve a usarlo, administra sus asuntos con timidez y
lentitud, los aplaza para el día siguiente, tiene pocas esperanzas, poca
actividad, querría ser dueño del futuro. Es difícil para la convivencia,
gruñón, elogia el tiempo en que era niño, no cesa de criticar y reprender a los
jóvenes. Los años traen consigo muchas ventajas, que nos quitan cuando estamos
de vuelta»
SÉNECA tiene una opinión más equilibrada de la vejesz. Si se convierte en algo
penoso, no hay que dudar en suicidarse. Pero no siempre se ve oblidado el
anciano a esta salida. Las cartas a Lucilio nos muestra lo esencial de su
pensamiento sobre este tema. Cuando las escribe, Séneca tiene sesenta y cuatro
año y es un hombre desengañado.
«Hay que querer a la
vejez, pues está llena de satisfacciones cuando se sabe utilizarla…La edad
avanzada, que aún no ha llegado el estado de decrepitud, es muy agradable, y
creo incluso que, el que ha llegado a conseguirla, tiene sus placeres; al menos
tiene el placer de no necesitar ya placer alguno» (carta XII). «Conviene no
permanecer ocioso; hay que trabajar para la posteridad» (carta VIII) «y
continuar estudiando:Un hombre, por viejo que sea, tiene siempre algo que
aprender» (carta LXXXVI). «Sobre todo, no hay que abandonarse, descuidar la
apariencia física y la ropa, si uno quiere conservar a sus amigos.»
CICERÓN
Cicerón, en su obra Caton
“Maior de senectute”, presenta una
imagen positiva de la vejez. Hoy día, sería considerado un libro de autoayuda.
Es un tratado de "gerogogía",
como debería llamarse al arte de aprender a envejecer. Cicerón pone en boca de
Catón muchos argumentos que proceden de la tradición griega, especialmente de
Platón. Catón confiesa a sus jóvenes oyentes que algunos placeres ya no se
pueden obtener, pero la naturaleza sabiamente quita el deseo de tenerlos. La
culpa de que la vejez sea ingrata no está en ella misma sino en las costumbres.
Pues aquellos viejos que han cultivado la virtud a lo largo de su vida, que son
moderados y no exigentes, que han tenido una vida "bien llevada" no
debieran tener quejas ni mayores penas.
Cicerón no oculta que es
obvio que abundan las enfermedades. “Mas
éstas ¿no son también propias de los jóvenes? ¿Es que alguien está libre de la
debilidad y la dolencia?", pero agrega que: "Es preciso llevar un control de la salud, hay que practicar ejercicios
moderados, hay que tomar la cantidad de comida y bebida conveniente para
reponer las fuerzas, no para ahogarlas. Y no sólo hay que ayudar al cuerpo,
sino mucho más a la mente y al espíritu. Pues también estos se extinguen con la
vejez, a menos que les vayas echando aceite como a una lamparilla".
Estos pasajes son recomendaciones dietéticas, en el sentido de una forma de
vida acorde con la edad.
Hay que hacer notar que
Catón agrega, a continuación, que la vejez "es honorable si ella misma se defiende, si mantiene su derecho, si no
es dependiente de nadie y si gobierna a los suyos hasta el último aliento".
La última razón para
deplorar la vejez, la proximidad de la
muerte, es analizada en “De Senectute” de Cicerón en un registro que ya se
ha convertido en tópico. "Si no
vamos a ser inmortales, es deseable, por lo menos, que el hombre deje de
existir a su debido tiempo. Pues la naturaleza tiene un límite para la vida,
como para todas las demás cosas".
La
literatura romana insiste además en la capacidad de los senes de enseñar a las generaciones venideras
gracias a los conocimientos acumulados a lo largo de la vida, convirtiéndolos
así en personas imprescindibles para el correcto funcionamiento cívico, tanto
en lo que respecta a los asuntos políticos como a los económicos. Mostrar
capacidad de interactuar socialmente, y hacerlo además en movimiento, se
percibía como símbolo de una buena vejez, contraria al aislamiento de quienes
habían quedado confinados al lecho y por lo tanto no eran capaces de cumplir
con sus responsabilidades sociales
En el ámbito familiar, se
consideraba un logro personal reunir a una amplia familia que sintiera
admiración por el senes o la vetula.
Mantenía
su autoridad, el mando sobre los
suyos. Le temían sus siervos, le respetaban sus hijos, pero todos le querían.
En su casa estaban vigentes las costumbres patrias y la disciplina.
Igualmente son alabados los hombres que en la
vejez seguían ostentando puestos
políticos y contribuyendo al correcto funcionamiento del Estado. Ejercer dicho dominio con dureza los alejaba
también de la acusación de delicadeza, atributo característico de las mujeres y
los ancianos androginizados
CELSO médico en la época de Augusto dice que los viejos son propensos a las
enfermedades crónicas, a reúmas, a problemas urinarios y respiratorios, a las
sinusitis, a los dolores de riñones y de articulaciones, a los insomnios y
parálisis, al dolor de oídos, de ojos y de intestinos, a la disentería y a los
cólicos. Añade que los viejos no soportan el hambre, que sus heridas se curan
con dificultas y ofrece como receta que los ancianos deberían bañarse con agua
caliente y beber vino no rebajado; cuando su vista se debilita hay que
frotarles los ojos con miel o aceite de oliva.
GALENO ofrece la primera teoría completa y consistente del proceso de
envejecimeinto y fue el único que estudió la naturaleza física de la vejez en
ocho siglos de historia romana.
LA MUJER ANCIANA EN ROMA (VETULA)
La
primera cuestión que debemos abordar es quiénes son las vetulae, como eran denominadas las ancianas en Roma. Considerando
que el rol asignado a la mujer en Roma era el reproductivo, la historiografía
ha usado el fin de ese cumplimiento como acontecimiento que data el paso a la
vejez en las romanas. Así la menopausia, que en la Antigüedad se daba en torno
a los 50 años, era el momento considerado como paso a la vejez.
Dentro del sistema de
pensamiento patriarcal, las mujeres envejecidas pierden sus dos papeles
principales en la sociedad, engendrar nuevos ciudadanos y saciar la sexualidad
masculina, por lo que se convierten en seres socialmente inútiles.
Al llegar a la vejez, y
salvo las posibles excepciones, una romana habría sido madre en varias
ocasiones, y probablemente ya sería abuela. Puede que estuviese casada,
habiendo tenido un único matrimonio largo y feliz, que se hubiera casado y
divorciado en varias ocasiones, o que estuviese viuda. Seguramente su cuerpo
mostrase ya algunos de los síntomas externos que la sociedad romana consideraba
definitorios de la vejez, como un pelo canoso, un rostro con arrugas, o un
vientre flácido. Se trata de rasgos que alejaban a la romana del prototipo de
belleza poética de la puella (mujer joven como objeto de interés sexual), por
lo que intentaba esconderlos arrancando o tiñendo las canas y aplicándose
remedios anti-arrugas como el estiércol de cocodrilo, la grasa de cisne o
harina de habas.
También
resulta frecuente asociar a la vetula con la magia y la nocturnidad, situándola así al margen de la sociedad
romana.
No obstante, junto a estas mujeres rechazadas
por la sociedad, nos encontramos con otras vetulae que poseían poder económico
y social. Conocemos así a romanas que influyeron en las vidas de sus hijos y nietos
adultos, como Cornelia (hija de Escipión el Africano), ideal de esposa, madre y
viuda, o Veturia, y que pasaron a formar parte de la memoria colectiva del
pueblo romano como personificación de la sabiduría, el prestigio y el
conocimiento del pasado que los romanos atribuían a las ancianas. Algunas
vetulae destacaron también por su importante patrimonio y patrocinio público;
tal es el caso de Ummidia Quadratilla, fallecida con casi 80 años y que, además
de ser dueña de una compañía de pantomimas, destinaba parte de su fortuna al
evergetismo (hacer buenas obras con su dinero). Una vetula cuya riqueza ha dado
lugar a diversos trabajos historiográficos es Pudentilla, viuda africana que
deseaba contraer matrimonio con el escritor Apuleyo y cuyos familiares iniciaron
un proceso judicial en el que se hacen continuas referencias a su edad y a su
gran fortuna. Se trata de matronae respetables, pertenecientes a la élite
romana, que asumen matronazgos cívicos y se convierten en mujeres influyentes
en su comunidad. Sus actos las dotan de una dignitas que puede apreciarse en
aquellas estatuas femeninas donde los rasgos de la vejez no adquieren un
carácter grotesco, sino laudatorio. Alejadas de la idea de pobreza, dependencia
y repulsión con la que los escritores tratan a las magas o a las prostitutas
envejecidas, estas mujeres ocupan papeles preeminentes tanto a nivel
privado/familiar como a nivel público.
La mater familia,
no goza de más derechos que sus hijas; sin embargo, su influencia no es
desdeñable, hasta el punto que se ha podido decir que la República obedecía a
los senadores y que los senadores obedecían a sus mujeres. Por el contrario, la
anciana sola es abandonada y despreciada, y la crueldad en lo relativo a su fealdad
física es muy grande.
En
la sociedad romana, el papel más relevante que podía ocupar la mujer, con la
institución del matrimonio de por
medio, era el de gestante y criadora de las futuras generaciones de ciudadanos.
Pero, ¿qué se esperaba de una matrona al finalizar sus años reproductivos? ¿Y a
qué edad ocurría ese hecho?
Las fuentes literarias nos hablan así de
las ancianas en Roma:
HORACIO El epicúreo Horacio experimenta una
gran repulsión hacia la vejez, pero sobre todo le indigna particularmente la
fealdad de las ancianas; el cuerpo femenino, símbolo de belleza durante la
juventud, se convierte en el emblema de la fealdad absoluta en la vejez, sobre
todo cuando la mujer se obstina en querer inspirar amor. Horacio nos lo dice
así en su obra:
«¿Cómo puedes, vieja
carroña centenaria, pedirme que desperdice mi vigor, si tiene los dientes
negros, tu vieja cara está surcada de arrugas y entre tus nalgas bosteza una
horrible abertura como la de una vaca que ha hecho mal la digestión?¿Crees tal
vez que puedes excitarme con tu pecho, tus senos colgantes como las mamas de
una yegua, con tu vientre fofo, tus muslos canijos rematados por una pierna
hinchada?»
Ridiculización
que también vemos en obras de otros autores como Plauto, Marcial o Juvenal.
Estas representaciones, por otro lado, contrastan con visiones literarias más
positivas, como las proporcionadas por Plinio, Tácito, u Ovidio.
Partiendo de que toda mujer romana debía ser moderada en su sexualidad para poder ser considerada como púdica, veremos cómo ello es especialmente importante en el caso de las mujeres mayores, quienes al no poder cumplir con su papel de reproductoras de ciudadanos debían deshacerse de todo comportamiento sexual. Quienes transgredieron la norma fueron ridiculizadas, animalizadas, rechazadas por la sociedad. Surge así un estereotipo de mujer vieja libidinosa, en ocasiones rica, a la que se caracteriza como un monstruo. Por otro lado, y como indican Marcial y Propercio, sólo las mujeres jóvenes eran, desde el punto de vista del varón romano,
Las fuentes de naturaleza jurídica y
administrativa nos hablan así de las ancianas en Roma:
Se
engloban aquí leyes concernientes a la edad máxima en la que un matrimonio
tenía por objetivo concebir, disposiciones acerca de censos y certificados de
nacimiento, resoluciones de conflictos legales concretos, o normativas sobre la
venta de esclavas ancianas y las obligaciones de las libertas para con sus
patronos.
Las esculturas también nos hablan de las
vetulas en Roma:
A
los bustos que representan a vetulae revestidas de dignitas se contraponen
piezas de mujeres en quienes se resaltan las arrugas, la delgadez y la flacidez
del cuerpo, y la vejez adquiere connotaciones repulsivas. Representaciones,
como las de la anus ebria, que también aparecen en el registro material en
forma de botellas cuya funcionalidad todavía no está clara.
Es
en las fuentes epigráficas donde
quizás podamos acceder más directamente a la voz de las vetulae y a su papel en
la sociedad romana al margen de los estereotipos y las normas legales, y donde
las vemos llevando a cabo acciones de evergetismo y matronazgo y ejerciendo
diversos trabajos. En los documentos epigráficos también se aprecian las
relaciones de afecto que existían entre estas mujeres y diversos miembros de su
familia, de forma que podemos acercarnos a la cotidianeidad de las vetulae y a
su posición en el ámbito privado. En las fuentes epigráficas nos encontramos
también con vetulae que indican los oficios que realizaron en vida, como es el
caso de la paedagoga Cornelia Fortunata, quien pudo haber ejercido hasta el
momento de su muerte.
La antropología física nos da indicios
sobre la vida de las mujeres en Roma:
Los
restos óseos extraídos del registro arqueológico nos aportan información sobre
las condiciones del sujeto a lo largo de su vida y en el momento de su muerte,
así como acerca de patologías relacionadas con la vejez.
Artículo relacionado:
Bibliografía:
Historia
de la vejez María del Carmen Carbajo
Vélez
Sobre
la vejez Marco Tulio Cicerón
La
vejez femenina en la antigua Roma …Sara Casamayor Mancisidor
Arte
poética de Horacio o Epístola a los Pisones
Gracias Maribel, me ha encantado.
ResponderEliminarUn saludo,
Luis