La vejez de la mujer romana.
Escena teatral en la que dos mujeres solicitan la ayuda de una adivina. Mosaico de la villa del Cicerone, Pompeya. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles |
En
la vejez, la mujer romana, era insultada, silenciada y muchas veces objeto de
mofa.
Vejez de la mujer romana.
La
mujer romana, para poder ser considerada púdica, tenía que ser de sexualidad
moderada, mucho más en la madurez, al no poder cumplir con la reproducción, no debía de tener ningún comportamiento
sexual. Las que se atrevieron a transgredir esta norma fueron rechazadas por la sociedad ridiculizada y
menospreciada.
Surge
un tipo de mujer vieja, rica, que se la
considera un monstruo asociado a la brujería y de mala reputación.
Los
estudiosos del tema nos dicen que es difícil rastrear en las fuentes literarias
y clásicas y ver cómo fue construido este estereotipo.
Dentro
del sistema patriarcal, una mujer madura pierde sus dos papeles fundamentales
en la sociedad, engendrar hijos y saciar la sexualidad masculina,
convirtiéndose en seres socialmente inútiles.
La
sexualidad femenina en la vejez estaba marcada en Roma por el silencio, la
sexualidad estaba a disposición del varón adulto y ciudadano romano único en
poder disfrutarla.
Fresco de una mujer con una bandeja. Villa de san Marcos, Estabias, Italia. |
¿A
qué edad entraba una mujer romana en la vejez? ¿Cuáles son los criterios a
tener en cuenta para calificar a una mujer como vieja?
El
momento en el cual la mujer deja de poder dar al estado nuevos ciudadanos,
comienza su vejez; en el momento de la menopausia. Eso no significa que no
tuviera ningún papel en la sociedad, lo tenía en el ámbito doméstico, familiar
como esposa, madre, abuela, etc.
Algunas
fuentes literarias, poéticas y satíricas nos dejaron testimonio del pensamiento
sobre la sexualidad de la mujer en la vejez en el siglo II a.C.
¿Por
qué, Ligeya, mesas tu decrépito coño? ¿Por qué atizas los rescoldos de tus
propios despojos? Tales primores están bien en las jóvenes; pero tú ya ni
vieja puedes parecer. Eso, créeme, Ligeya, no resulta bonito que lo haga
la madre de Héctor, sino su esposa. Te equivocas si te parece este
un coño: la polla ha dejado de interesar por él. Por tanto,
Ligeya, si tienes vergüenza, no pretendas mesarle la barba a un león
muerto”. Marco Valerio Marcial
“¿Y pretendes que enerve
mi vigor por complacerte, vieja, impúdica, montón de años, podrida hace un
siglo, que tienes los dientes negros, la frente surcada por las arrugas de la
decrepitud, y como vaca rijosa despides un hedor nauseabundo entre las escuálidas
nalgas entre las que bosteza el año deforme de una vaca indigesta? ¿Piensas que
me seducen tus pechos fofos nacidos como las ubres de una yegua, tu vientre
blanducho y los flacos muslos que sostienen tus hinchadas rodillas? Que seas
opulenta, que precedan en tu entierro las imágenes triunfales de tus
antepasados y no haya matrona que se pasee adornada de perlas más hermosas;
pues bien, no me importa que los libros de los estoicos anden entre tus
almohadones de seda. ¿Acaso la gente tosca y sin letras muestra menos pujanza y
siente menos el ardor de Venus o menos languidecen sus encantos? Si pretendes
excitarlos, lo conseguirás con los refinamientos que sabes trabajándome con la
boca”. Horacio, Épodo 8.
Una escena parecida se
representa en el Épodo 12: “¿Qué pretendes de mí, vieja dignísima del amor de
un negro elefante? ¿A qué me regalas y envías tus billetes si ya no soy un
joven vigoroso, ni he perdido el olfato y sé percibir, con la sagacidad del
perro valiente que descubre dónde se oculta el jabalí, el pólipo de tus narices
y el hedor de tus velludos sobacos? ¡Qué sudor transpiran tus débiles miembros,
y qué olores tan repulsivos exhalan por doquier cuando en lúbrica actitud te
dispones a satisfacer tu arrebatada lujuria, aunque mi pene esté flojo! Ya la
fresca greda y el color que produce el excremento del cocodrilo resbalan por tu
rostro, y en tus violentos espasmos haces temblar la cama y el suelo, y con
estas coléricas palabras increpas mi flojedad: «Eres más hombre con Inaquia que
conmigo. Con ella trabajas toda la noche, conmigo te rindes a la primera
embestida. Maldita sea Lesbia, que me proporcionó en ti un hombrecillo, cuando
yo buscaba un robusto toro y estaba en posesión de Amintas de Cos, cuyo ardor
nunca extinguido oprimía mi cuerpo con la fuerza de un árbol recién plantado,
arraiga en la tierra. Los mantos, dos veces teñidos de púrpura de Tiro, ¿para
quién los vestía yo? Por ti solo. Deseaba que ninguno de tus amigos se
vanagloriase de ser más querido de su amante que tú; pero ¡cuán desdichada soy!
Huyes de mi presencia como el cordero del hambriento lobo y la cabra del
león»”12
“Cuando tienes
trescientos consulados, Vetustila, y tres pelos y cuatro dientes, pecho de
cigarra, piernas y color de hormiga; cuando tienes una frente más arrugada que
tu estola y unos pechos que parecen telarañas; cuando los cocodrilos del Nilo
tienen estrecha la boca comparada con la abertura de la tuya, y croan mejor las
ranas de Rávena, y es más dulce el zumbido de los mosquitos de Venecia, y tu
vista alcanza lo que alcanzan las lechuzas por la mañana, y hueles a lo que los
machos cabríos, y tienes la rabadilla de una ánade flaca, y tu coño le gana a
huesudo a un viejo cínico; cuando el bañero, apagadas las luces, te permite
entrar mezclada con las prostitutas de los sepulcros; cuando para ti es
invierno en pleno agosto y ni una calentura puede quitarte el frío, tienes la
osadía de querer casarte después de enviudar doscientas veces y pretendes como
loca calentar a un hombre con tus cenizas. ¿Qué, si lo pretendiera la losa de
Satia? ¿Quién te llamará compañera, quién mi oíslo, a ti, a quien hace poco
Filomelo había llamado abuela? Y si te empeñas en que hagan cosquillas a tu
cadáver, que se prepare un lecho de los del comedor de Ácoro, el único que le
va a tu himeneo, y que el incinerador presente las teas a la recién casada: solamente una antorcha funeraria puede penetrar en semejante coño”13 (Mart.
3.93).
Si
en la vejez ya no se podía disfrutar de la sexualidad propia, algunas mujeres
mayores ayudaba a una domina o a su hija a llevar su sexualidad más allá del
matrimonio. Una mujer que busca amantes
y ayuda a la adúltera para que el marido no se entere, motivada por la
recompensa.
En
este sentido se expresa Juvenal cuando escribe que:
“Si vive tu suegra,
desespera ya de la concordia. Ella enseña a su hija a divertirse con los
despojos de marido empobrecido, le enseña a contestar de modo fino y elegante
los billetes que le manda el seductor; ella, la suegra, es la que engaña o
sujeta con dinero a los esclavos. La esposa entonces, a la que nada duele,
manda llamar al médico Arquígenes, y se echa encima pesadas mantas. Mientras,
el adúltero ya está escondido, pues entró secretamente; impaciente por la
espera, calla y se rasca el carajo. ¿Acaso esperarías que la madre le transmita
costumbres honestas, diferentes de las que ella misma tiene? A esta torpe vieja
le es útil, desde luego, criar una hija con hábitos decentes”15 (Juv.
6.230-240).
Todas
estas fuentes son masculinas, y tratan el tema desde su punto de vista. Estos autores romanos nos dan una imagen de mujer vieja, libidinosa,
muchas veces rica o relacionada con la magia, que tomaba el control de su
sexualidad.
Fuente:
Vejez
y sexualidad femenina en la antigua
Roma: un acercamiento desde la literatura. Sara Casamayor Mancisidor
El nacimiento de Roma comienza, prácticamente, con el Rapto de las Sabinas; no podemos esperar de Roma más que el desprecio machista hacia la mujer en general. La época tampoco daba para mucho más; esto era distinto en Oriente, claro está. El caso es que ha perdurado hasta nuestros días esa herencia, entre otras muchas algo más respetables.
ResponderEliminar