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Las vías romanas que aún utilizamos.


Via Augusta

 Las vías romanas

En la antigüedad los desplazamientos que realizaba la población, no se alejaban mucho de sus lugares de residencia, solían alejarse el espacio que pudieran cubrir a pie entre la salida y puesta del sol, unos treinta o cuarenta kilómetros. Los comerciantes, maleantes y personas de mal vivir eran los que se aventuraban a desplazamientos más largos.

En tiempos del imperio romano, los caminos y vías fueron esenciales para la expansión de los territorios conquistados, tanto es así que pronto los prácticos romanos vieron la necesidad de crear una red de vías que les permitiera comunicarse y comerciar entre todos sus dominios. La construcción de esos caminos o vías fueron esenciales para la expansión del Imperio.

Las calzadas eran sólidas construcciones que unían las principales ciudades y puestos más avanzados del Imperio. Su red de comunicación terrestre iba desde el océano Atlántico al mar Rojo, pasando por las islas Británicas o el mar Negro. La red de caminos del Imperio llegó a tener nada menos que cuatrocientos mil kilómetros de longitud en el siglo III de nuestra era. Muchas de estas vías aún las seguimos utilizando.

Algunas de nuestra autopista o carreteras respetan el trazado romano, una prueba de ello es la autopista Ruta de la Plata (A-66), que transcurre entre Gijón y Sevilla. Ya en el siglo VII A.c. los tartesos utilizaban un corredor natural que con Augusto y Trajano se configuraron como una vía romana "La vía de la plata."






En sus inicios esta vía era la unión entre Emérita Augusta (Merida) AsturicaAugusta (Astorga) hacia Sevilla por el sur y hasta Gijón por el norte por la vía Carisa.

En la península la vía romana más larga era la Vía Augusta con un recorrido de 1500 km  que iba desde Cádiz a los Pirineos. Según el Itinerario Antonino y cogiendo como referencia la nomenclatura adoptada por el arqueólogo Eduardo Saavedra, esta era la vía II, y transcurría desde el Summus Pyrenaeus, en el Pirineo catalán, hasta Castulo (Linares), pasando por Tarraco (Tarragona), Saguntum (Sagunto) o Carthago Nova (Cartagena).

En los Vasos de Vicarello, la ruta gira hacia el interior al pasar Valentia (Valencia) y discurre por Saltigi (provincia de Albacete), Corduba (Cordoba) e Hispalis (Sevilla) hasta finalizar en Gades. Esta vía también fue conocida como Vía Hercúlea o camino de Aníbal.






Los Vasos de Vicarello. Wikimedia Commons


 Algún trazado de la red de carreteras actuales coincide con el trazado de los tramos  romanos.

La Autovía del Mediterráneo A7, que va desde Algeciras a Barcelona, es un ejemplo de ello. Y la mítica N-340, que transcurre desde Cádiz a la ciudad de Barcelona en su primer tramo hacia Murcia, transcurre por la antigua Vía Augusta. 

La movilidad por estas vías no era ni barato ni fácil.  En un principio se construyeron para el traslado de los soldados a los que les permitía una ágil y rápida movilidad. Gracias a las calzadas, las tropas podían trasladarse de un extremo al otro del imperio con una velocidad insólita para la época, al mismo tiempo también fueron de gran importancia para el comercio, lo que propició el auge y esplendor del Imperio.

Estas calzadas eran lugares peligros, por lo que cualquier viajero que no fuera bien pertrechado o que no formara parte de una caravana podía ser víctima de salteadores o maleantes, por eso en estas vías había policía de carretera, posiblemente legionarios separados de la legión en puntos de tráfico estratégico, o en las principales vías.

Por la noche no se viajaba bajo ningún concepto, por lo que a lo largo de esas vías había lugares donde poder pernoctar, pequeños albergues, algunos con establo que permitían el descanso. También en torno de estos caminos se levantaron una serie de establecimientos que permitían el cobijo, la comida y el descanso, algo parecido a nuestras áreas de servicio. 

A lo largo de estas vías se colocaban los millarios unas grandes columnas de piedra que marcaban en números romanos la distancia de las calzadas y guiaban a los viajeros. Los miliarios eran indispensables para orientar e informar a quienes transitaban por las rutas, bien a pie, a caballo o en carro.

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