LA VIRGINIDAD EN LA ANTIGUA ROMA
La visión que históricamente se ha
ido formando sobre la sexualidad romana ligada a los excesos, dista, en muchos
aspectos, de la realidad. La libertad sexual que se presume para la Antigua
Roma cuenta con unas claras limitaciones en función del género de los sujetos,
así la matrona romana sólo podía mantener relaciones sexuales dentro del
matrimonio. Fuera del mismo, cualquier tipo de actividad sexual, fueran
solteras, viudas o divorciadas, era contemplado como delito. Así, se llevarían
a cabo graves sanciones por adulterio o stuprum
debido a la ofensa a las buenas costumbres romanas.
Resulta evidente que,
independientemente de la época, la mujer romana se encontró siempre en una
situación de inferioridad con respecto a sus conciudadanos varones, pese a que
las mismas pudieran llegar a ostentar el status de mujeres libres y ciudadanas.
Los
ciclos de vida de las mujeres romanas estuvieron marcados por los
acontecimientos de su vida personal, su cuerpo y su capacidad de procrear, y no
por sus capacidades cívicas como sucedía con los varones. Una de las etapas de
la vida de las mujeres estaba determinada y nombrada por la virginidad como
antesala de la fecundidad. La categoría de "vírgenes" abarcaba a
todas las jóvenes antes de contraer matrimonio y se asociaba a la continuidad
del sistema social y familiar. Por ello llegó a tener un carácter casi sagrado.
La
vida de las mujeres, cuya función primordial para la comunidad era la procreación, estaba regida a lo
largo de toda su vida por esa capacidad de su cuerpo, aunque su control, al
menos en el plano teórico y legal, no les perteneciese. En torno a esa
potencialidad femenina y su control se crearon normas legales, rituales
religiosos y discursos científicos por aquellos que tenían las prerrogativas y
el reconocimiento oficial para hacerla, los varones. Mientras que los varones
eran valorados por su capacidad de integrarse en la ciudad y participar, cada
uno según su categoría social, de los asuntos públicos, las mujeres lo eran por
su acertado cumplimiento de aquellas funciones que, por "su naturaleza",
les correspondían, sobre todo las de prepararse para la fecundidad y procrear.
De ahí que las jóvenes antes del matrimonio fuesen denominadas genéricamente
como vírgenes.
La niñez y la pubertad de las mujeres estaban
determinadas por la virginidad, una etapa en la que las mujeres mantenían
intactas todas sus fuerzas, su potencia para la futura fecundidad. Esa
capacidad latente de las vírgenes, casi sacralizada, era un exponente del honor
familiar y garantía del bienestar y la prosperidad, pues las jóvenes, con la
atribución de la pureza, eran las más apropiadas para dirigir las plegarias y
súplicas a los dioses y diosas. Las vírgenes, sin mancha, junto a las matronas
adornadas con la castidad, la pudicitia,
eran el grupo ciudadano que estaba en mejores condiciones para establecer dicha
relación. Por ello en las ciudades antiguas se crearon un conjunto de rituales
y de sacerdocios, como mecanismos de socialización femenina, donde la condición
de virgen era imprescindible.
Dado
que era una etapa de preparación para el momento de la fecundidad -el matrimonio-, la virginidad era un bien precioso que pertenecía menos a la joven
misma que a la ciudad y, muy particularmente, a la familia a la que pertenecía
o a la que entraría al casarse. De ahí que se les otorgase un carácter casi
sagrado, con unas potencias y posibilidades que eran aprovechadas, a través de
cultos y rituales privados y públicos, en beneficio de la familia, la comunidad
o el Estado.
La
condición de virgo en una joven era reconocida por su atuendo, tal como sucedía con todos los estatus de las personas en
Roma. La toga praetexta, bordada en
una banda de púrpura, y sus amuletos, los bulla, que llevaban al cuello, como
todos los niños, y definían su situación personal. El cambio de vestidos y
ornamentación implicaba el cambio de estatus, señalaba de la manera más
elemental el paso entre los ciclos de la vida y diferenciaba claramente a los
jóvenes de ambos sexos. En los rituales que acompañaban este cambio de ciclo de
vida, las vírgenes consagraban su toga y sus bulla a Venus o a la Fortuna virginalis, tomaban la túnica
recta, cambiaban su peinado y cubrían sus cabellos con un velo, el flammeum,
La
virginidad en las doncellas y la pudicitia en las casadas eran consideradas
elementos claves para asegurar el bienestar de la casa, la comunidad o para
restablecer la relación con los dioses cuando se había producido una desgracia.
La
potencialidad maternal era cuidadosamente protegida por los padres de las
jóvenes hasta el día en que éstas, aún niñas, entraban en la familia a la que
tenían la misión de perpetuar. Una mujer que no era presentada virgen
introducía en la familia de su marido un elemento impuro y ponía en cuestión la
continuidad y el bienestar de la familia. Una joven no debía de ser admitida en
una familia si no era virgen, y para asegurar esta condición se tomaban todo
tipo de precauciones. La primera era la temprana edad con la que se formalizaba
el compromiso y el matrimonio de la joven, la de doce años. Esta edad era considerada como aquella en la
que la joven no ha perdido aún su candor, su pureza, su fuerza, y por tanto
puede transmitirlas a su nueva familia. Así lo afirmaba Plutarco cuando
indicaba que los romanos casaban jóvenes a sus mujeres porque de ese modo el
marido tenía intactas las primicias, tanto de cuerpo como de carácter. Mientras
que llegaba ese momento la joven era cuidada por su madre o por algún familiar
femenino cercano y recibía una educación adecuada para la función que, en
principio, iba a desempeñar. La segunda era el castigo que el padre podía
infligir a una hija que hubiese perdido su virginidad.
La muerte de Virginia. Francesco
de Mura.
A
pesar de sus sentimientos, un buen padre debe matar a su hija antes de ver
mancillado su honor y el de su familia. De ahí las palabras del padre de
Virginia: " hija mía, te devuelvo la
libertad del único modo que puedo. Luego le atravesó el pecho a la joven y,
mirando a la tribuna, dijo: 'Apio, por esta sangre te maldigo a ti y a tu
cabeza'". Existía, pues, la obligación social de salvar el honor
perdido, aunque ello acarrease terribles consecuencias para las mujeres.
Decía
Cátulo «la virginidad no es tuya
completamente, en parte es de tus padres [...] un tercio es de tu padre, un
tercio es de tu madre. Sólo un tercio es tuyo»
OPINIONES DE LOS MÉDICOS DE LA ÉPOCA
SOBRE LA VIRGINIDAD
La
edad de selección, para llegar a ser sacerdotisa vestal, oscilaba entre los
seis y los diez años. Debían estar solteras y no tener cargas familiares que
atender, para así dedicarse por entero a esta función. Pero además se exigía
que fueran hermosas –sin defectos físicos-, virtuosas y de procedencia
relevante.
El
proceso de selección era sencillo, pues se elegía a las cuatro mejores
aspirantes de entre una veintena, y por cada una se introducía una tablilla con
su referencia dentro de una vasija, tras lo cual el Pontífice Máximo sacaba una
con el nombre de la elegida. Una vez escogida se la separaba de su familia y
era dirigida al templo, en el que se celebraba una ceremonia de admisión en la
que se le cortaba el cabello, se la suspendía de un árbol con los pies
colgando, muestra de la ruptura familiar, se le vestía con el atuendo de las
Vestales, con un velo que le cubría la cabeza y se le entregaba un candil
encendido.
Finalizado
el ritual, la Vestal comenzaría la fase de aprendizaje, consistente en
aprender a leer, a estudiar a los dioses y los ritos, a comportarse en público
y, lo más importante, a mantener viva la llama del fuego sagrado. Finalizada la
etapa de aprendizaje, la segunda década era la dedicada a la función
propiamente dicha, tras la cual, si era superada con éxito, pasaba a la
tercera y última fase y década, la de la instrucción.
A
estas mujeres, seleccionadas siendo todavía unas niñas, se les exigía que
permanecieran vírgenes durante todo el tiempo que durase su servicio. A cambio,
su labor era enormemente recompensada, dado que su bienestar era tomado en
consideración por y para la seguridad de Roma, por lo que contaban con una
serie de privilegios como los de poder acceder a lugares específicos en los
actos públicos o la invitación a grandes banquetes, a los que llegaban en un carpetum, o carro de dos ruedas
cubierto, con preferencia de paso. Además, podían hacer uso, entre otros
distintivos, de la vitta, o banda para
el cabello, que era de color blanco o púrpura e identificaba su posición
sagrada en la sociedad y que estaba prohibida para libertinas y meretrices.
La
Roma primitiva estaba formada por campesinos y pastores, y con la participación
de las Vestales se pretendía aumentar la fertilidad de los animales y los
campos y, por tanto, contribuir al bienestar y prosperidad de los ciudadanos.
Esa relación entre virginidad y
fecundidad crea una posición ambigua que resulta esencial. Las Vestales,
aunque vírgenes, participaban en los ritos de fertilidad. Del mismo modo, es
significativo que las Vestales dejasen de prestar sus servicios hacia los
cuarenta años, edad en la que habrían perdido su potencial capacidad de
fecundidad, representaban el momento de paso de un estado a otro, de virgen a
matrona, de forma pura y permanente. Una vez finalizado su periodo como Vestales,
podían casarse si así lo deseaban. No obstante, la gran mayoría solía optar por
retirarse al templo y mantener su celibato.
Tortura de una vestal por
Henri-Pierre Danloux , museo del Louvre , 1790.
Hasta
tal punto la virginidad era la condición fundamental para ser Vestal que su
transgresión implicaba la muerte. Si una Vestal era acusada y juzgada culpable
de haber violado su virginidad, era condenada a ser sepultada viva con un poco
de agua y un poco de pan, en un subterráneo, donde nadie podía tener contacto
con ella. Para los romanos si dicha Vestal hubiese sido inocente, Vesta habría
salvado a la sacerdotisa enterrada viva. Lógicamente no se salvó ninguna. A pesar
de que el castigo significaba la muerte, fue difícil mantener la norma sin
transgresión alguna a lo largo de los casi mil años de duración del citado
colegio, aunque fueron muy pocas las ocasiones en las que se produjo, o, al
menos, en las que hubo constancia o suposición pública de ello. Fueron
dieciséis las Vestales condenadas, doce en el periodo monárquico-republicano y
cuatro durante el Imperio, además de algunos otros procesos que acabaron con la
absolución de las sacerdotisas.
La virginidad masculina era inaceptable. Era común que
los hombres, ya en su adolescencia, frecuentaran los burdeles o tuvieran
relaciones con las sirvientas o esclavas. La virginidad masculina era algo
extremadamente mal visto en la sociedad romana porque el hombre tenía que ser
siempre un dominador.
Las tabernas romanas no solo ofrecían comida y bebida,
sino también los servicios sexuales de sus camareras. Por ello, este era uno de
los oficios considerados “infames” (indignos) y generalmente recaía en mujeres
de muy bajo estatus social, como esclavas, libertas pobres o extranjeras.
Artículos relacionados:
REFERENCIAS.
VII Congreso virtual sobre Historia de
Las Mujeres - 885 - Santiago Zamora Cárcamo.
Sobre la familia romana RAWSON, B
Virginidad-fecundidad: en torno al suplicio
de las vestales Cándida Martínez López Universidad de Granada
Sobre Esperanza Varo:
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